domingo, 18 de enero de 2009

Valparaíso y el Winnipeg


Julio Gálvez Barraza

Desde el mar, a bordo de un barco, el Domíngo 3 de septiembre de 1939, cuando el mundo ya estaba envuelto en la II Guerra Mundial, más de dos mil hombres, mujeres y niños vieron el amanecer de un nuevo día en Valparaíso. Arribaron al puerto la noche anterior y desde la cubierta, embelesados, admiraron las luces de la ciudad que los esperaba. Muchos recuerdan esas luces como guirnaldas que subían hasta el cielo. Casi todos ellos pasaron la noche en cubierta, esperaron expectantes el nuevo amanecer para desembarcar, para pisar tierra firme después de un agotador mes de viaje. Eran los pasajeros del Winnipeg, el mítico barco que trajo a nuestro país a este puñado de hombres que el fascismo ahuyentó de su patria, ese barco de nombre alado que fletó el Gobierno Republicano español en el exilio y miles de voluntarios de un pueblo que los sentía como hermanos y les ofrecía asilo.
Atrás quedaban tres años de cruel guerra entre hermanos y un triste éxodo en busca de una tierra que creían de libertad y fraternidad. Seis meses pasaron en los inhumanos campos de concentración franceses y, luego, 28 días de agotador e incómoda travesía en ese viejo carguero. Atrás quedaba la muerte de un niño de tres meses de edad sepultado en el mar frente a las costas peruanas. El futuro comenzaba en Valparaíso y lo simbolizaban los dos recién nacidos a bordo del Winnipeg. Agnes América Winnipeg Alonso Bollada, hija de Eloy y de Piedad, nació el domingo 6 de agosto a la altura del Cabo Finis Terre y Andrés Martí Castell Torelló, hijo de Eugenio e Isabel, vino al mundo el sábado 26 de agosto, en aguas del Pacífico, frente a las costas de Ecuador.
Al despuntar el alba, bajo el mando de los pilotos del puerto, el Winnipeg comenzó a romper la bruma matinal y se dirigió al sitio A del Espigón portuario. Lentamente fue entrando en la bahía luciendo a babor un gran retrato del Presidente Pedro Aguirre Cerda pintado sobre el fondo de una bandera chilena. Los pasajeros apretujados en cubierta, apoyados en las barandillas, vieron y oyeron con sorpresa como todos los barcos, barcazas y lanchones del puerto tocaron sus pitos y sirenas para darles la primera bienvenida. El muelle estaba lleno de gente. Autoridades, obreros, españoles residentes en Chile, todos enarbolaban banderas y pancartas con frases de bienvenida, los saludaban a gritos, como combatientes y no como a refugiados. Esos hombres y mujeres, que perdieron todo luchando por un ideal, salieron de Francia prácticamente "pateados", a empujones; y Chile los recibía como a héroes. En la pancarta más grande, la más visible, la que les causó asombro y arrancó sonrisas se leía: ¡Vivan los coños republicanos!
Al concluir el atraque, cuando el barco dejó de moverse, los gritos se fueron atenuando. Una banda de músicos interpretaba los primeros acordes del Himno Nacional Chileno. El público del muelle comenzó a cantar con fuerza, con alegría y emoción. Los pasajeros de a bordo tarareaban, movían los labios, intentaban seguir la letra con la misma emoción de los de tierra. La Canción Nacional terminó con grandes vivas a Chile y al Presidente Pedro Aguirre Cerda. Luego todos cantaron La Internacional, el himno fue coreado con fuerza por los pasajeros, en diferentes idiomas, se cantaba en vasco, en catalán, en gallego y en castellano.
A las 9,10 de la mañana bajó el primer pasajero. Al bajar por la pasarela hacia tierra, Juan Márquez Gómez lanzó un Viva Chile que fue contestado por la concurrencia mientras Rodrigo Soriano, ex Embajador de la España Republicana, se adelantaba a abrazarlo. Lo mismo hicieron después Jaime Valle Inclán, los representantes del Comité de Ayuda a los Refugiados, el Alcalde de la ciudad, Pedro Pacheco y los dirigentes de las organizaciones obreras. El joven pescador gallego no pudo reprimir lágrimas de jubilo al poner pie en tierra. Los refugiados, en completo orden y trayendo en sus manos las papeletas para la revisión sanitaria, siguieron desfilando hacia los galpones del espigón donde el personal sanitario procedía a vacunarlos. Es un largo desfile de hombres, mujeres y niños con ojos ávidos de ver una cara familiar o conocida. Muchos se llevan la grata sorpresa de que compatriotas, por referencia de relaciones en España, los buscan y los reciben con los brazos abiertos brindándoles su hogar en Chile. Médicos, ingenieros, químicos, electricistas, técnicos pesqueros, pescadores, obreros textiles, carpinteros, mecánicos, metalúrgicos, sastres, panaderos, mineros y de otras profesiones y oficios bajaron del barco con un equipaje compuesto de agradecimiento y esperanza en el futuro.
El desembarco dio motivo a conmovedoras escenas. Los excombatientes, hombres rudos del campo español y con tres largos años de guerra como bagaje, lloraban o cantaban con emocionado entusiasmo. Después de mucho tiempo nuevamente saborearon el significado de un abrazo fraterno. Roser Bru, entonces una de las jóvenes pasajeras, recuerda esta llegada: Muchos chilenos partidarios de la República Española nos esperaban en el puerto. Todavía, ahora, encuentro alguno que me dice, "¡Yo estaba allí!"
Los familiares de setenta refugiados tuvieron que colocarse tras los cordones tendidos por carabineros y esperar pacientemente la hora de abrazarlos. Ramón Pendás Laria, capitán del Ejército republicano de 32 años, al ver los cordones y con el triste recuerdo de los campos de concentración franceses preguntó tímidamente a un carabinero ¿Hasta donde puedo llegar? -Vaya a donde le dé la gana- respondió el carabinero. Emocionado, preguntó dónde podía tomar una cerveza. Fue a un restaurante y le ofrecieron una. Era negra. Pidió otra, blanca "Ah, usted quiere una pilsen", le explicaron. Ramón Pendás no sólo saboreó una cerveza junto al muelle de Valparaíso. Oyó que lo llamaban y se encontró con un primo.
La fuerte oposición a la venida de los refugiados de algunos sectores representantes de la derecha política chilena, encabezados por los periódicos El Mercurio y El Diario Ilustrado, dieron sus frutos también en el puerto. Dos españoles apostados en el malecón, simpatizantes del régimen franquista, profirieron insultos a los recién llegados. -Maleantes, criminales. Regresen a su tierra al llamado del General Franco.- No alcanzaron a decir mucho más. La gran cantidad de personas a su alrededor, entre gritos e intentos de agresión, les callaron la boca. El incidente tomaba ya serias proporciones cuando intervino carabineros haciendo desalojar el recinto a los dos provocadores que iniciaron el incidente. La simpatía que despertaron en el puerto los pasajeros del Winnipeg también contagió al corresponsal de El Diario Ilustrado. Este, ante la preocupación de un pasajero por la atención médica que recibiría su hija enferma, le tranquilizó. "Le hacemos saber que somos periodistas, que combatimos su venida al país, pero que ahora que se encontraban en tierra chilena debían formarse la idea de que estaban en su propia patria y que los chilenos, sin distinción de credos, eran sus hermanos. Su hijita se salvaría, porque los médicos chilenos eran sabios, capaces, y nos abrazamos." Y así lo narro en su diario.
Pasado el mediodía los bares, las calles y las plazas del puerto se llenaron de alegres refugiados y solícitos chilenos que querían festejarlos. En la plaza Victoria se congregó el Coro Vasco fundado a bordo del barco. Interpretaron las conocidas canciones de la guerra civil española y algunas en lengua vasca. Cuando terminaron de cantar la marcha de los combatientes vascos, los refugiados lloraban de emoción.
El eficiente Comité Chileno de Ayuda a los Refugiados, encabezado por el poeta y diputado Julio Barrenechea y cuyo coordinador era un médico, el doctor José Manuel Calvo, tenía ya todo organizado. Acomodaron a los que quedaban en el puerto en diferentes pensiones o casas particulares. Formaron grupos con los pescadores que irían a Iquique, Talcahuano, San Antonio, algunos campesinos -pocos- a Quillota, Limache, La Calera o a diversos fundos cercanos y les ofrecieron su primer almuerzo en Chile. Un tren especial compuesto de doce vagones estaba preparado para trasladar a los mas de mil cuatrocientos pasajeros que seguirían a Santiago. Ahí, en la Estación de Valparaíso, se produjo otro hecho emocionante. La gente lloraba porque se empezaban a ir los trenes, el barco había cumplido su misión y los pasajeros sufrían su segunda despedida, veinticinco de ellos ya habían desembarcado en Arica y ahora seiscientos se quedaban en el puerto y sus alrededores, el resto marchaba a la capital. A estos, en la Estación Mapocho, les esperaba otro multitudinario recibimiento.
No sabían nada este país ni de nuestra gente. No podían imaginar cómo sería su futuro. Vivían una leyenda, entre la incertidumbre y la esperanza. Pero ninguno de ellos olvido, ni olvidan, esa noche en que las luces bajaban desde los cerros y subían como guirnaldas hasta el cielo de nuestro puerto principal y ese nuevo día en que una multitud alegre y solidaria los recibió como a héroes en el Valle del Paraíso; en Valparaíso.

martes, 13 de enero de 2009


NACIMIENTO DEL CAMPAMENTO "LA VICTORIA"
Julio Gálvez Barraza
La Declaración Universal de los Derechos Humanos reconoce como uno de los derechos fundamentales del hombre el lograr una vivienda digna. Sin embargo este derecho, no del todo cumplido en los países ricos, se convierte en un sueño inalcanzable para millones de habitantes del resto del planeta. En Chile la situación habitacional no ha sido ni es ajena a este fenómeno. A partir del año 40, la crisis de la minería, del artesanado provincial y el éxodo rural, entre otros factores, hicieron afluir trabajadores hacia Santiago, lo que significó una rápida saturación de los conventillos y barrios antiguos del centro de la ciudad. La llegada masiva de esta migración interna y la paulatina expulsión de los pobladores radicados en ciertos sectores de la ciudad, por el creciente comercio y la industria, fue conformando el conglomerado de los sin-casa y allegados, que luego dieron forma a las llamadas "poblaciones callampas". Ante esta situación, los pobladores junto a los partidos políticos obreros iniciaron la organización de la ocupación "ilegal" de terrenos -Tomas-, que a veces se realizaban en forma no organizada y otras en forma ejemplarmente organizadas, como es el caso de la Toma de la chacra La Feria, al sur-oeste de Santiago, lugar en el que se asentaría definitivamente la población La Victoria.
Ambas laderas del Zanjón de la Aguada, el canal que recoge gran parte de las aguas servidas de la zona sur de Santiago, se transformó en un asentamiento codiciado para muchos emigrantes sin recursos. En 1957, dos mil familias vivían hacinadas a lo largo de este cauce. Carecían de agua potable y luz eléctrica, sufrían el acoso de ratas y vinchucas, origen de constantes epidemias, y estaban expuestos continuamente a los estragos causados por los desbordamientos del cauce y por los incendios, que consumían en llamas un gran número de hogares.
Los habitantes del Zanjón de la Aguada se habían organizado en el comité de pobladores sin-casa, dispuestos a luchar por su derecho a un lugar digno donde vivir. Después de vanas gestiones con los organismos oficiales, a los que solicitaban una solución al problema, y una vez agotadas todas las vías convencionales, llegaron a la conclusión de que sólo ellos debían resolver su situación, por la razon o la fuerza, y decidieron tomarse un terreno cercano donde levantar sus viviendas. Comenzaron a prepararse, fueron apoyados por algunos diputados y regidores de partidos obreros y asesorados, en su secreto proyecto, por arquitectos y estudiantes de Arquitectura.
Un incendio, el 24 de octubre, en el que varios niños perecieron quemados y numerosas familias perdieron sus modestos enseres, terminó por persuadir a los vacilantes. En una concentración efectuada en el mismo lugar, se acordó la ocupación de un terreno en el que antiguamente se emplazaba la chacra La Feria y que había sido adquirido por la Corporación de la Vivienda (CORVI), aunque abandonado por mucho tiempo.
Unas quinientas familias se mudaron en la madrugada del 30 de octubre de 1957 desde el Zanjón de la Aguada hacia la ex chacra La Feria. Horas antes, una brigada de jóvenes había cegado las pocas farolas existentes en la calle San Joaquín, única vía difícil de sortear sin llamar la atención. Durante el trayecto, a pesar del tenso cansancio, reinaba la alegría y el optimismo; todos se afanan en ayudarse, en calmar el llanto de los más pequeños o en cargar los modestos enseres con los que se construiría el refugio provisional.
El comité y los arquitectos que les asesoraban, preparaban los planos de la futura población basandose en un levantamiento topográfico obtenido en la CORVI, pero el incendio ocurrido días atrás precipitó la ocupación del predio, por lo que no tenían tiempo para proyectos más elaborados. Se acordó una previsora instalación de las familias, de acuerdo a un criterio de resistencia contra los probables intentos policiales por desalojar a los ocupantes. Reforzaron los flancos más débiles, frente a la Avenida La Feria y lo que hoy es la Avenida Departamental, donde emplazaron a pobladores probados en acciones anteriores.
Para frenar la posible represión policial, la consigna fue levantar algún tipo de refugio antes del alba, a fin de ofrecer la imagen de un asentamiento consolidado. Al amanecer, el sol iluminó un bosque de sábanas y frazadas que conformaban el campamento, adornado con miles de banderas chilenas flameando a lo ancho de las 70 hectáreas que comprende el terreno. Lo que horas antes era un campo cubierto de yuyos, se había convertido en un enorme poblado con miles de habitantes.
Con los primeros rayos del sol también apareció el primer contingente policial. Los carabineros, desconcertados por la magnitud de la operación, sólo se limitaron a observar. La primera acción fue cercar el perimetro para que nadie entrara ni saliera del sector. Las fuerzas policiales de ese tiempo profesaban respeto por el símbolo nacional, por primera vez vieron flamear miles de banderas concentradas en un territorio que se proyectaba al futuro y no se atrevieron a arrasar con esas familias que protagonizaban su propia historia.
Más tarde se agregaron nuevos refuerzos, hasta reunir una tropa que emprendió la primera y feroz embestida contra los ocupantes, pero una lluvia de piedras detuvo a los agresores, que fueron obligados a replegarse. Después, el Oficial a cargo de la operación pide iniciar el dialogo con los dirigentes de la toma. Pero la maniobra sólo encubría nuevas tentativas de ataque, que igualmente fueron rechazadas.
Las horas del día favorecieron el ingreso de otras quinientas familias y permitieron reforzar las débiles estructuras construidas durante la noche. Algunos iniciaron la excavación de pozos negros mientras los dirigentes, acompañados por parlamentarios y por el Cardenal José María Caro, trataban de entrevistarse con el Presidente de la República para intentar evitar el desalojo con que habían sido amenazados. La intervención del Cardenal, quien solicitó personalmente al Presidente Carlos Ibáñez que no se usara la violencia con los pobladores, fue precisa y oportuna.
Antes de oscurecer, el Intendente de Santiago ordenó incomunicar el campamento, alarmado por el rápido incremento de familias invasoras. El predio fue acordonado férreamente en todo su perímetro con el propósito de someter a los ocupantes por la sed y por el hambre. La policía reprimió con todas las fuerzas disponibles cualquier intento de burlar el bloqueo. En varias oportunidades se produjeron enfrentamientos.
Con el paso de los días, los trabajos de construcción avanzaron considerablemente, pero la falta de agua comenzó a causar estragos. Los niños fueron los que más sufrieron las precarias condiciones en que se desarrollaba la toma. La lluvia y el frío por la noche y el calor durante el día multiplicó las pulmonías y las diarreas infantiles. Algunas madres embarazadas alumbraron con grave riesgo para sus vidas. En general faltaron recursos para atender a los que caían enfermos. En vista de la gravedad de la situación surgieron voces proponiendo la ruptura del cerco policial, pero los dirigentes, convencidos de que el tiempo corría en su favor, se mantuvieron firmes y llamaron a mantener la calma. Cada hora que transcurría ayudaba a consolidar la toma.
El campamento progresó aceleradamente gracias al esfuerzo de sus pobladores y a la solidaridad brindada desde el exterior. Con el auxilio de un par de taquímetros, facilitados por los estudiantes de Arquitectura, se avanzó en el trazado de los lotes y las calles. Debían asignar las ubicaciones definitivas sin pérdida de tiempo y, para evitar discriminaciones, procurar entregar los sitios del mismo tamaño: 9 por 18 metros. Se reservaron los terrenos destinados a futuras escuelas, áreas verdes, centros sociales y comerciales. La adjudicación de terrenos para Iglesias o Templos motivó polémica, pero prevaleció la opinión de reservarles un sitio.
A los nuevos pobladores se les impedía el ingreso de maderas y enseres, sin embargo la solidaridad de las organizaciones políticas y sindicales contribuyó a burlar el bloqueo: Cada noche ingresaba una mayor cantidad de alimentos, agua y materiales de construcción. Pasados quince días se hizo evidente la imposibilidad de desalojar a los ocupantes sin cometer una masacre de gran envergadura. Finalmente, presionados por los partidos políticos de izquierda, por la Iglesia y por la Central Unica de Trabajadores, las autoridades cedieron. Se levanto el cerco autorizando la permanencia en el predio y se acordo iniciar negociaciones para la transferencia definitiva del predio a los ocupantes. A esas alturas, el terreno contenía unas tres mil familias con quince mil habitantes; Había nacido el Campamento La Victoria.
Una vez conquistado el derecho a permanecer en el terreno, los pobladores iniciaron el largo proceso por conseguir el abastecimiento de agua potable y electricidad, por lograr la llegada del transporte público, por la construcción de calles y aceras, escuelas y policlínicas. Cada uno de estos servicios exigió la realización de interminables trámites y gestiones, mientras las familias avanzaban en la construcción de un hogar más sólido, de acuerdo a sus escasas disponibilidades de recursos.
En el año 1959, la Municipalidad de San Miguel pavimentó la primera calle en la población, acontecimiento que fue celebrado con un verdadero carnaval. Otro suceso celebrado con igual entusiasmo fue la apertura del año escolar, en 1961, ceremonia que tuvo lugar en las primeras aulas construidas por los propios pobladores, y con características muy curiosas, no solo por construirla los mismos pobladores, sino por que, además, en un afán exagerado por evitar privilegios; eran redondas. Algún tiempo más tarde se levantó el primer Retén de Carabineros, construido por los pobladores con materiales donados por la CORVI.
Las numerosas movilizaciones para obtener los servicios públicos, fueron contribuyendo a fortalecer las convicciones políticas. Influyó también en esto la preocupación de los dirigentes por hacer comprender la relación entre reivindicación social y política. Seguramente por esta toma de conciencia socio-política es que los pobladores denominaron las calles de la nueva población con nombres tan significativos como: Cardenal Caro; Los Comandos; Mártires de Chicago; Libertad; Esfuerzo; Carlos Marx; Unidad Popular; o la calle principal de la población llamada 30 de octubre, fecha de la primera toma de terreno organizada y victoriosa de Chile y quizás de América Latina.
Con el correr de los años, La Victoria ha seguido el ejemplo organizativo de sus fundadores. La noche del 11 de septiembre del 83, a diez años del golpe militar, luego de una de las Jornadas de Protesta Nacional más reprimida, se esparció por todo el área sur de Santiago el rumor de que grupos de pobladores de La Victoria asaltarían e incendiarían otras poblaciones. No se conocía el origen de la información, pero se prestó crédito por la acogida que le dispensó la prensa y la televisión. Los vecinos de las poblaciones adyacentes vivieron una extraña incertidumbre y sus dirigentes fueron citados por carabineros para advertirles del hecho. El principal instigador de la provocación fue el Ministro del Interior del régimen, quien instó a la ciudadanía a organizarse en las unidades vecinales y lugares de trabajo para defenderse de los terroristas. El Ministro, de hecho, estaba dando luz verde a un plan destinado a provocar el enfrentamiento entre pobladores. Esperaba conseguir así lo que el aparato represivo no había logrado: sofocar la rebelión quebrando la unidad de acción entre los dirigentes y desacreditar a los líderes más combativos.
La respuesta de las organizaciones poblacionales fue contundente, a los dos días de la provocación se reunieron dirigentes de 25 poblaciones del sector sur y dieron forma a la Coordinadora Multipoblacional, para poner atajo a los rumores y coordinar mejor sus acciones futuras. La respuesta seguramente dejó satisfecho al Sr. Ministro; la ciudadanía, haciendo caso a sus consejos se organizó, pero aún fue más allá, se organizó contra los verdaderos terroristas.
La organización de los indomables victorianos hoy en día sigue vigente, enfrentando otro adversarios, con nuevas armas. Las necesarias para afrontar el flagelo de la droga, la delincuencia, el desempleo, la pobreza y el hacinamiento; que no sólo son enemigos de los pobladores de La Victoria. Y, como miles de chilenos, siguen esperando la alegría que viene, el cambio por el que muchos trabajamos y en el que pusimos tantas esperanzas, incluido el referente al juicio y castigo a los culpables de violar los derechos humanos, al esclarecimiento de la verdad, de esa verdad que ayer murió de manera transitoria, y aunque lo sabe todo el mundo, todo el mundo lo disimula; así lo ha dicho Neruda. Y también dice: Tal vez tenemos tiempo aún para ser y para ser justos.