sábado, 7 de agosto de 2010

En el centenario de Miguel Hernández


TRES LIBROS Y UN ASILO (I)
Julio Gálvez Barraza

Sobre Miguel Hernández, supuestamente, ya se ha dicho todo. Eso es lo que más o menos señala una reseña literaria a la biografía escrita por José Luis Ferris . Sin embargo, también señala que ninguna biografía, por muchos datos que lleguemos a aportar, estará jamás completa del todo.
Y si la conducta de Alberti ya fue deplorable, la de Neruda fue simplemente abyecta, es lo que señala otra reseña a la nueva biografía de Miguel Hernández escrita por el profesor Eutimio Martin .
La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero, es una cita de Machado que usa Manuel Ramón Vera Abadía en una reseña al libro Hacia Miguel Hernández, de Ramón Pérez Álvarez, publicada en la revista digital El Eco Hernandiano. En este libro, que recoge los artículos publicados en la desaparecida revista La Lucerna, Pérez Álvarez afirma entre otras cosas que: Neruda le dio [a Miguel Hernández] sólo el título honorífico de "hijo" y pare usted de contar.
Creemos que ninguno de los tres ensayos cierran completamente el llamado "caso Morla", es decir la supuesta negativa del entonces Encargado de Negocios de Chile en España a otorgar asilo al poeta oriolano.
Miguel Hernández buscó refugio en la Embajada de Chile, que durante la guerra había prestado asilo a la enorme cantidad de cuatro mil franquistas. El embajador en ese entonces, Carlos Morla Lynch, le negó el asilo al gran poeta, aun cuando se decía su amigo . Estas pocas y desacertadas palabras escritas por Pablo Neruda, han causado un constante desacuerdo entre los biógrafos de Miguel Hernández. Se han usado (y abusado) en un sinfín de controversias. Sin embargo, el llamado "caso Morla" tiene otros vértices y otros actores cuyo testimonio, al parecer, no se han tenido en cuenta.
Para contrastar y comentar el "caso Morla" debemos conocer el testimonio de un testigo fundamental durante el segundo intento de asilo de Miguel en la Embajada chilena. Se trata de Antonio Aparicio, amigo de Miguel y también de Neruda y que al igual que éste último, con su escrito provocó más de un equivoco en la biografía hernandiana. Veamos y comentemos parte de lo que dijo Antonio Aparicio en el capítulo IV de su ensayo:
Había salido de la cárcel en forma inverosímil. Es necesario tratar de formarse una idea aproximada de cuál era el grado de amontonamiento de presos en las cárceles españolas durante los años que siguieron a la caída de la República, para aceptar que un simple error de administración, tal vez una confusión de nombres, hiciera posible que un hombre sometido a larga condena viera abrirse de pronto ante sí las puertas de la prisión. Miguel mismo no había salido todavía de su sorpresa. Había estado hundido en el fondo del cautiverio más negro.
(...)
La única salvación era salir de España y para conseguirlo no había otro recurso que el asilo en una embajada. ¿Por qué este asilo le fue negado? ¿Por qué se cerraba a Miguel Hernández las puertas de una embajada que había asilado, durante la guerra, a más de dos mil falangistas, usando para ello no sólo el edificio de la embajada sino también la casa personal del embajador Señor Carlos Morla Lynch -calle de Hermanos Bécquer, número 8- y hasta una o dos casas alquiladas con tal fin, a las que se puso bajo la protección de una bandera chilena? Lo cierto es que Miguel Hernández, después de pisar por algunos momentos el suelo seguro de la embajada de Chile, en Madrid, debió abandonarla y caer otra vez en la encrucijada tenebrosa de la huida constante, sintiendo tras sí, un día y otro, los pasos de la policía fascista que no tardarían en volver a tenerlo entre sus redes. ([Nota en el ensayo de Antonio Aparicio]. Estaba en aquella fecha al frente de la Embajada de Chile en Madrid, el Encargado de Negocios señor Germán Vergara Donoso, amigo de altos dirigentes de la Falange Española, como Víctor de la Serna, Sánchez Mazas, Eugenio Montes, José María Alfaro y otros. Es posible que el deseo del señor Vergara fuera dar asilo a Miguel, pero no lo hizo. ¿Fue esa la orden recibida de Santiago de Chile? ¿Fue obedeciendo a presiones de la Falange Española, no saciadas aún con el famoso crimen de Granada?) Y así fue. Volvió a caer preso y entonces sobrevino la condena a muerte, conmutada más tarde por la de cadena perpetua, y, dos años después, tras cruentos martirios, su fallecimiento en marzo de 1942.
(...)
Abandonado por todos, ni una sola mano se acercó para recoger las lágrimas de quien decía de sí: ...vuelvo a llorar, desnudo como siempre he llorado.

En su escrito, Aparicio duda de un simple error administrativo o una confusión de nombres, como causa de la puesta en libertad de un hombre sometido a una larga condena. Es razonable la duda, pero al parecer, con datos y testimonios aparecidos después de 1953, fecha de su escrito, esa fue la causa de la libertad de Hernández. Por lo demás, Hernández, en esa fecha, no estaba sometido a una larga condena. También hace alusión al número de falangistas asilados en la Embajada y en otras casas alquiladas. Más de dos mil, dice muy escueto.
No sólo falangistas se asilaron en la Embajada de Chile. También entraron quintacolumnistas, espías y numerosos nazis alemanes, entre ellos algunos aviadores de la Legión Cóndor. En julio de 1939, después de que Hitler se hubiera anexionado Austria, después de que los nazis alemanes invadieran Checoslovaquia y la invasión de Polonia fuera ya un secreto a voces, Carlos Morla Lynch fue condecorado con la Orden del Águila, en nombre del Canciller Adolf Hitler, por el Secretario de Estado del Ministerio de Asuntos Exteriores, Ernst von Weizsaecker. El diplomático chileno recibió esta distinción: por los valiosos servicios prestados en Madrid durante la guerra civil española, en el curso de la cual prestó su apoyo a los ciudadanos alemanes allí residentes.
Sabemos que Miguel Hernández no estaba tan solo y abandonado como señala Aparicio. Algunos biógrafos se empeñan en demostrar que sus compañeros lo abandonaron a su suerte. José Luis Ferris, haciéndose eco de aquellos que sostienen que ni siquiera estaba en la lista de recomendados por la Alianza de Intelectuales para asilarse en la Embajada de Chile, anota en su libro:
Según las confesiones de María Teresa, "Miguel Hernández apenas contestó a nuestro abrazo cuando nos separamos en Madrid. Le habíamos llamado para explicarle nuestra conversación con Carlos Morla ... Miguel se ensombreció al oírlo, acentuó su cara cerrada y respondió: Yo no me refugiaré jamás en una Embajada. Me vuelvo al frente... ¿Y vosotros?, nos preguntó. Nosotros tampoco nos exiliaremos. Nos vamos a Elda, con Hidalgo de Cisneros. Miguel dio un portazo y desapareció". El texto no tiene desperdicio y aporta algunas claves que pudieran haber cambiado el destino de Hernández... Por último -he aquí lo relevante del asunto- Miguel, que había entrado en el Partido Comunista de la mano de María Teresa León y Rafael, que había estado unido a los altos mandos del ejército republicano, ...era abandonado a su suerte para que se refugiara en una Embajada que no ofrecía demasiada seguridad y que para ellos no era otra cosa que limosna o inadmisible gesto de piedad. (Ferris, 404)

En algo tiene razón Ferris, el texto no tiene desperdicio. Por eso no nos explicamos la omisión de tres frases en la cita. El texto de María Teresa León dice: Miguel Hernández apenas contestó a nuestro abrazo cuando nos separamos en Madrid. Le habíamos llamado para explicarle nuestra conversación con Carlos Morla ... Miguel se ensombreció al oírlo, acentuó su cara cerrada y respondió: Yo no me refugiaré jamás en una Embajada. Me vuelvo al frente. Nosotros insistíamos: Ya sabes que tu nombre está entre los quince o dieciséis intelectuales que Pablo Neruda ha conseguido de su Gobierno que tengan derecho de asilo. Miguel se ensombreció aún más. ¿Y vosotros?, nos preguntó. Nosotros tampoco nos exiliaremos. Nos vamos a Elda, con Hidalgo de Cisneros. Miguel dio un portazo y desapareció.
De la cita completa se desprende claramente que el nombre de Miguel estaba entre los recomendados a Morla.
Por su parte, Pérez Álvarez, además de acometer contra Neruda, también arremete contra Alberti en sus cargos. Dice: En cuanto a las gestiones que se ha querido apuntar Alberti sobre el posible asilo de intelectuales, especialmente sobre Miguel, oigamos lo que dice el señor Morla:
"Las peticiones de asilo siguen; anoto aquí las que me vienen a la memoria. El poeta don Rafael Alberti me recomienda a varias personas que pertenecen a la Alianza de Intelectuales, que quedan aceptadas: don Fernando Echeverría, Ingeniero de Fortificaciones; Pablo de la Fuente, escritor y don José Miñano, Secretario de la Alianza".
De Miguel nada. No figura, como se ve, entre sus recomendados.
Sin embargo, en la cita de Morla, que hace Pérez Álvarez, dice claramente que la lista que anota es las que me vienen a la memoria. No es una lista rigurosa ni exacta, lo dice el mismo citado.

Respecto al primer intento de asilo de Hernández, José Luis Ferris señala en su biografía que: El problema que se plantaba entonces, y del que Miguel fue consciente desde el primer momento, era la falta de garantías que podía ofrecer en aquellos momentos la Embajada chilena. Partimos del dato de que el Gobierno de Chile no estaba dispuesto a crearse problemas con el nuevo régimen político español y mucho menos por causa del asilo diplomático. Ello provocaría medidas muy restrictivas del Ministerio chileno de Relaciones Exteriores, reduciendo a lo meramente imprescindible el número de personas que pudieran ser acogidas en la sede de su Embajada. (Ferris, 402)
No nos parece acertada la afirmación. El nombre y número de asilados republicanos obedeció en gran parte a la voluntad de Morla. Es más, no conocemos testimonios de personas a las que se les negara el asilo, excepto los que señala el propio Morla: Quiero anotar, en calidad de dato curioso, que he amparado a gente que, a mi juicio, lo merecían, contrariando la opinión y los deseos expresados por las propias autoridades republicanas. (...) Me niego terminantemente a recibir a diversos maleantes, individuos sin ley ni patria, cuyos crímenes me consta. Por otra parte, dada la fuerte represión franquista y el no reconocimiento del derecho de asilo, ninguna embajada estaba en condiciones de ofrecer garantías a los asilados. No fue sólo a Miguel Hernández a quien se advirtió de la frágil seguridad que podría ofrecer la Embajada chilena. Morla señala en su memoria que cuando se vislumbró el final de la guerra, a nadie que lo mereciera le fue negado el asilo, pero a todos se les advirtió que, dadas las circunstancias del cambio político en Chile, no podíamos asegurar que, a la caída de Madrid, fuera reconocida inmediatamente la entidad triunfante. En ese caso el asilo en nuestra Embajada, más que un refugio, podía constituir, quizá, un mayor peligro. La salvedad quedaba hecha y, gracias a ella, sin haber rechazado nunca el auxilio que se nos pedía, el número de refugiados no pasó, en total, de 17. (Morla, 137)
Aparicio habla de 18 personas, Morla, en este caso, habla de 17. El número de 18 personas corresponde a los 17 asilados republicanos españoles: Antonio Aparicio, Santiago Ontañón, Antonio de Lezama, Pablo de la Fuente, Fernando Echeverría Barrio, Edmundo Barbero; Arturo Soria, los hermanos Aurelio y Julio Romeo del Valle, José García Rosado, Esteban Rodríguez de Gregorio, Luis Vallejo, Antonio Hermosilla Rodríguez, Luis Hermosilla Cívico, José Campos Arteaga, Luciano García Ruiz y Eusebio Rebollo Esquevilla, más el poeta chileno Juvencio Valle, quien también permanecía refugiado en la Embajada.
Dos párrafos más abajo de la cita anterior, Morla señala algo que generalmente se tiende a ignorar cuando se le cita y son las recomendaciones del Gobierno del Frente Popular chileno, donde si estaba la mano de Neruda: Por recomendación de mi Gobierno atendí, con especial interés, a los miembros de la "Alianza de Intelectuales de Madrid" que solicitaron, en esta emergencia, la hospitalidad de la representación de Chile. (Morla, 137)
En el caso de Miguel Hernández, que es el que nos ocupa, como sabemos llegó a Cox el 13 de marzo, sin embargo, en Chile, recién el día 30 de marzo la Cancillería recibió los primeros cables en los que Morla daba cuenta de la entrada de asilados republicanos en la Embajada. Con algunos errores respecto a la ocupación de los asilados, así lo recogía la prensa chilena el día 31: En la Cancillería se recibieron ayer varios cablegramas enviados por el Encargado de Negocios en Madrid, don Carlos Morla Lynch, en los que da cuenta que han buscado asilo en la Embajada numerosos jefes militares y dirigentes de organizaciones políticas y obreras del Gobierno Republicano, ante el temor de posibles represalias.
En virtud de estas comunicaciones, el Canciller, señor [Abraham] Ortega, envió un cablegrama al señor Morla Lynch, pidiéndole informar detalladamente de todo lo relacionado con este asunto, a fin de que nuestro Gobierno pueda determinar su actitud con respecto a los refugiados leales.
Extraordinariamente hemos sabido que la Cancillería tendría el propósito de conceder una larga licencia al señor Morla Lynch, a fin de que pueda trasladarse al país para reponer su salud quebrantada por la intensa labor que ha desarrollado en Madrid durante estos últimos dos años.
En tal caso, según se dice en algunos círculos, se nombraría Agente Diplomático de Chile en España al señor Enrique Gajardo, actual representante oficioso ante el Gobierno de Burgos, y Delegado de Chile ante la Liga de las Naciones.
Dos afirmaciones de Ferris en su biografía, merecen un comentario. Un de ellas es cuando sostiene que: Para el diplomático, [Morla Lynch] aceptar a Miguel en su lista de refugiados era una grave responsabilidad, esencialmente por la destacada envergadura política que el oriolano había adquirido. (Ferris,403). La otra dice relación con la negativa gubernamental (Republicana) de otorgar pasaportes a los hombres en edad militar. La aclaración a ambos puntos está en el informe de Morla Lynch: En vista de la situación en que se encuentra [Miguel Hernández] le digo que, llegado el momento de la hecatombe final, se asile en la Embajada. Días después, preocupado por el muchacho, mando llamar a Juvencio Valle. Me dice que Hernández ha declarado que no "se albergará en sitio alguno porque lo considera como una deserción de última hora". No ha tomado ninguna medida de precaución. Le envío con él una carta para el Gobernador Civil de Madrid, señor don José Gómez Osorio, a fin de que le facilite su salida de España en el momento oportuno para hacerlo. El Gobernador lo recibe unas horas después. Le escribo, asimismo, al Comisario General de Seguridad, quien está dispuesto a concederle un pasaporte pero desaparece y no vuelvo a verle por más esfuerzos que hago para dar con su paradero. (Morla,140) Es decir, Miguel contaba con una oferta de asilo y también con un pasaporte. Lamentablemente, no supo presentir el trágico calvario que le esperaba.
El problema de los refugiadoss supuso un escollo para las buenas relaciones entre ambos países desde el momento en que Chile no renunció a ejercer el derecho de asilo, reconocido por los países latinoamericanos, pero no por España. Se agudizaba así el razonable argumento de Morla: Si el Gobierno de Chile, a la caída de Madrid no reconocía inmediatamente al Gobierno de los vencedores, el asilo otorgado resultaría nulo, aún más, constituiría un mayor peligro.
La Embajada de Chile en Madrid sufrió cuatro intentos de allanamientos para sacar por la fuerza a los refugiados republicanos. Vergara Donoso no tomó las drásticas medidas que dos años antes había tomado Aurelio Núñez Morgado, el Embajador de Chile que asiló a los franquistas. Por el diario de Morla Lynch, deducimos que Vergara Donoso era bastante más "inocente" que Núñez Morgado. Morla, en su diario, señala que en la Embajada chilena, en tiempos de Núñez Morgado, había gran cantidad de armas que el Embajador Núñez Morgado había traído de Alemania. (Morla, 96). También dice saber que: en las cajas de fierro de la Embajada, de propiedad del Sr. Núñez Morgado, existen algunas joyas y valores recibidas en custodia por él, de los cuales sacó gran parte al extranjero. (Morla, 99)
El Gobierno del Frente Popular chileno, triunfante en las elecciones celebradas el 25 de octubre de 1938, asumió sus funciones el 24 de diciembre del mismo año, sólo tres meses antes de la caída de Madrid. A excepción de México, fue de los últimos gobiernos en reconocer oficialmente a Franco. Esto sucedió el 5 de abril de 1939, (no el 20 de abril, como señala Ferris), un día después de que los nacionales asaltaran la embajada de Panamá en Madrid y apresaran a los once refugiados republicanos asilados en ella. Panamá no había reconocido al gobierno de Franco y, por lo tanto, no le asistía protección diplomática.
El primer paso para el reconocimiento fue un cable enviado a Morla en el que le solicitaban que adelantara a las autoridades el reconocimiento de Chile al Gobierno franquista. Además le ordenaban la entrega de la embajada al nuevo titular, Enrique Gajardo, quien desde el 1º de marzo de 1938, se había desempeñado como agente del Gobierno chileno con el gobierno de Burgos. Mientras, en Santiago de Chile, Rodrigo Soriano, último Embajador de la República, entregaba la embajada española a las autoridades chilenas para ser sustituido por su reemplazante nacionalista. La declaración oficial conjunta fue fría y escueta, en contraste con la nota del Canciller chileno a Soriano, a quien se dirigió con el tratamiento debido a un representante en el ejercicio de sus funciones y en los términos más elogiosos.
El mismo día 5 de abril, fecha del reconocimiento, la Embajada chilena sufrió un atentado perpetrado por la policía franquista. Enrique Gajardo, al día siguiente, decidió trasladar su alojamiento a la Embajada para salvaguardar a los asilados.
El reconocimiento al régimen de Franco no varió las malas relaciones que ya se vislumbraban. En Chile continuaron las manifestaciones anti franquistas alimentadas por los intelectuales, por el Frente Popular, la Confederación de Trabajadores y los exiliados republicanos, amparados todos ellos por el Gobierno. Tampoco varió la posición chilena en su firme defensa del derecho de asilo y, de algún modo, tampoco varió la posición española en su desconocimiento del mismo . Las relaciones entre ambos países, por causa de los 17 asilados, navegarían por aguas tormentosas durante muchos meses. Al cabo de un año ya estarían rotas otra vez.
El reconocimiento del nuevo Gobierno español por parte de Chile, en cierto modo, fue un trámite para salvaguardar la seguridad de los asilados. El dato de que el Gobierno de Chile no estaba dispuesto a crearse problemas con el nuevo régimen político español y mucho menos por causa del asilo diplomático, que dice poseer Ferris, como vemos, no se sustenta.

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