lunes, 9 de agosto de 2010

En el centenario de Miguel Hernández


TRES LIBROS Y UN ASILO (II)
Julio Gálvez Barraza

Otro vértice importante y menos cuestionado que Morla y que las inexactas palabras de Neruda, es Germán Vergara Donoso, quien como Encargado de Negocios sucedió a Enrique Gajardo en la Embajada de Chile. En julio de 1958, el semanario Ercilla de Santiago de Chile, publicó un artículo firmado por Victoriano Lillo en el que se acusaba a Vergara de haber negado el asilo a Miguel Hernández. El autor se basaba en el ensayo de poeta Antonio Aparicio, uno de los asilados republicanos en la Embajada de Chile. Victoriano Lillo señala que el ensayo de Aparicio contiene datos que los chilenos desconocían:
Lo que no sabíamos, lo que aprendemos ahora, con rubor, era que Hernández había ido a golpear las puertas de la Embajada de Chile en Madrid después de haber huido milagrosamente de su última prisión. Antonio Aparicio nos lo cuenta en un documentado ensayo que publicó hace ya algún tiempo en una revista centroamericana. Según Aparicio, nuestra embajada, que había asilado durante la guerra a más de dos mil falangistas, dio un portazo sobre la frente luminosa del gran poeta que pretendió cobijarse a la sombra de la bandera chilena.

No tardó en contestar el aludido. A la semana siguiente, con el titulo de: Responde Vergara Donoso: Nunca negué asilo al poeta, se publicó la carta respuesta. En ella, el diplomático señala:

Cuando llegué a Madrid, en mayo de 1939, había terminado ya la lucha y Miguel Hernández se encontraba desde tiempo atrás en prisión. Meses más tarde, Miguel Hernández fue puesto en libertad a raíz de dictarse una medida general que ordenaba libertar a todo detenido a quien no se hubiese iniciado formalmente proceso . Miguel Hernández fue entonces a la Embajada de Chile y tuve ocasión de conversar con él. Se hallaban asilados en la Embajada 18 personas, entre ella el propio Antonio Aparicio. Hernández estuvo con todos ellos. Más de uno le sugirió que pidiera asilo y me hablaron sobre ese punto. Hernández, sin embargo, no lo pidió, ni quiso pedirlo, a toda costa, según mis recuerdos, deseaba ir a su pueblo en Alicante (Orihuela) a ver a su hijo que acababa de nacer y al cual tenía ansias de conocer. Como es sabido, este hijo le había llegado después de perder el primero, lo que explicaba la vehemencia de su decisión. En su pueblo fue inmediatamente reconocido y lo que no había sucedido en Madrid, se le imputaron hechos ocurridos durante la Guerra Civil. Las decenas de miles de procesos iniciados al terminar la guerra civil impidieron muchas veces que se identificara al detenido y se juntara al personal de la guerra civil con el preso en cualquiera de las cárceles repletas. Fue lo que aconteció con Miguel Hernández y por eso quedó en libertad. La segunda detención, a raíz de su viaje al pequeño pueblo donde vivía su familia, hizo posible que se le reconociera y fuese concretamente denunciado por los hechos que se le imputaban.
Ya preso por segunda vez, recibí avisos, entre otros de Pablo Neruda, sobre la situación de Miguel Hernández, junto con el encargo de ocuparme de él. Hice todo lo que tuve en mi mano por evitar su condena a muerte; me ayudaron en esta tarea precisamente las personas a que se refiere el artículo de Ercilla, como amigos míos falangistas y que efectivamente son y siguen siendo mis amigos: Víctor de la Serna, Sánchez Mazas, Eugenio Montes. Los tres eran escritores, conocían a Hernández y, por cierto, eran falangistas y muy bien situados. Por lo mismo recurrí a ellos ¿o se quería que recurriera a enemigos del Gobierno para obtener lo que deseaba? Y no sólo recurrí a ellos, también ayudaron fray Justo Pérez de Urbel, escritor benedictino, José María de Cossío, escritor que había sido jefe de Hernández en la Editorial Calpe y muchos más. (...)
Aunque basta el hecho de que Miguel Hernández no pidió asilo, creo que debo agregar que, sugerido o pedido por sus amigos, el asilo no aparecía procedente, pues las circunstancias habían cambiado fundamentalmente. La guerra había terminado hacía varios meses. Se había comunicado al gobierno español a comienzos de abril la lista completa de los asilados y se gestionaba activamente su salida de España, aceptar uno más en ese momento, significaba -supuesto que jurídicamente fuese procedente y se conformara a las instrucciones del Gobierno de Chile- poner en grave peligro la situación de los 18 que ya estaban asilados. Esto lo sabe muy bien Antonio Aparicio y todos los refugiados. (...)
No fue este el único caso doloroso en que me correspondió actuar en Madrid, ni el único de los que me tocó conocer desde Santiago como Subsecretario de Relaciones durante la guerra española y después de la guerra. En ambas ocasiones el Gobierno de Chile hizo todo lo que pudo y creo que ningún otro gobierno en la historia ha hecho más, ni durante la guerra ni después de ella en Madrid. La muerte de Miguel Hernández no puede imputarse al Gobierno de Chile ni a la Embajada en Madrid ni al entonces Encargado de Negocios.

Gracias a los archivos de la fundación Miguel Hernández, conocimos un artículo de José M. Moreiro en el que reproduce una carta que le habría hecho llegar Germán Vergara Donoso. Es muy similar a la publicada por la revista Ercilla en Santiago. Moreiro no indica cuándo ni cómo recibió este testimonio, pero, considero, es complementario su examen para el caso que nos ocupa. Dice en ella Germán Vergara:
En el verano de 1939 recibí en Madrid una carta de Pablo Neruda desde París, interesándose por la suerte de Miguel Hernández, su amigo, que según sus informaciones estaba preso en la capital de España . Hice algunas averiguaciones y comprobé que lo afirmado por Neruda era verdad, pero que no se había iniciado proceso ni se juntaba la persona del detenido con la persona del poeta Miguel Hernández. Esto obligaba a actuar discretamente y así se hizo. Pocas semanas más tarde recibí en mi oficina de la Embajada de Chile, donde yo era encargado de Negocios, la visita de Antonio Aparicio, asilado en la misma Embajada, en compañía de un muchacho muy joven a quien me presentó como Miguel Hernández. Conversamos tranquilamente y pude apreciar el limpio espíritu y la gran calidad humana de Miguel Hernández. En la conversación, Antonio Aparicio me insinuó la idea de agregar a Miguel Hernández a la lista de asilados en la Embajada. Miguel no se refirió a este punto; hacía poco tiempo que había nacido su segundo hijo y quería ir a conocerlo a su pueblo. Contesté a Antonio Aparicio la imposibilidad de agregar a nadie en la lista de asilados, pues estaba ésta, hacía meses, comunicada al Ministerio de Relaciones Exteriores y no era ya posible, legítimamente, agregar nuevos nombres. Tampoco era posible dejarlo como huésped y asilado sin conocimiento del Gobierno, porque se ejercía sobre la Embajada una vigilancia muy estrecha, y alterar en cualquier forma la situación era poner en peligro la vida de los 17 asilados ya. Le repito que Miguel Hernández nunca pidió o insinuó un asilo porque quería ir a su pueblo. Además, no era imposible, aunque siempre muy difícil y peligroso, que encontrara la manera de salir de España. Miguel Hernández mantuvo su resolución y se fue a su pueblo. Como es sabido, allí fue detenido y devuelto a Madrid, ya perfectamente identificado.

Dice Ferris en su libro: Según algunas fuentes, Vergara ofreció asilo al poeta oriolano sabiendo que la expatriación no tardaría mucho en producirse. Sin embargo, como hemos visto, no es lo que declara Vergara. Ferris no cita las fuentes que afirman tal ofrecimiento.
En las dos citadas declaraciones de Vergara, éste hace mención de la lista de asilados entregada al Gobierno. La entrega de esta lista la hizo el chileno Enrique Gajardo el 20 de abril de 1939, al Ministerio de Asuntos Exteriores español, (No al Ministerio de Relaciones Exteriores de su país, como señala Ferris). En el escrito, además solicita el salvoconducto para el traslado de los refugiados fuera de España.
Cuando Vergara declara que contestó a Antonio Aparicio la imposibilidad de agregar a nadie en la lista de asilados, pues estaba ésta, hacía meses, [5 meses] comunicada al Ministerio de Relaciones Exteriores [de España] y no era ya posible, legítimamente, agregar nuevos nombres... seguramente desconocía algunos trucos "ilegítimos" que antes había usado el antecesor de Morla. En el caso de los asilados nacionales, el ex embajador chileno, Aurelio Núñez Morgado, se atrevió a agregar 150 nombres más después de entregar la lista de ellos a las autoridades republicanas. Con ello, posiblemente salvó algunas vidas, "truco" que pudo haber usado Vergara en el caso de Miguel. Morla Lynch narra en su informe:
Al hacerme cargo de la Embajada, el 19 de abril, ascendía el número de personas que figuraban en las listas, alrededor de 2.000, más 150 que ingresaron después de haber sido presentadas las listas citadas al Gobierno, [Republicano], con lo que se faltó al compromiso contraído de no admitir a un sólo asilado más. (...) Estas personas habían implorado, al principio, su admisión en la Embajada en forma humilde, agobiadas por la angustia y el terror: se contentaban con un "rinconcito", o una silla, dispuestas a todas las abnegaciones. Pero luego exigieron el amparo para miembros de sus familias que, en realidad, no lo necesitaban, y luego solicitaron el ingreso en las listas de evacuación de sus amigos y conocidos y, por fin, llegaron a pedir a la Embajada la protección de sus joyas y objetos de valor. Hubo un momento en que se introducía gente al edificio a viva fuerza. (Morla, 62-63)

Podríamos especular un poco con este significativo dato. ¿Es posible que en esta falta de carácter o su excesivo apego a la "legitimidad", que demostró Vergara Donoso al no atreverse a incluir, fuera de plazo, el nombre de Miguel entre los asilado, fuera la causa de la acusación hecha por Antonio Aparicio en su ensayo?
Eutimio Martin, al igual que Ferris, señala que Vergara Donoso le ofreció asilo a Miguel. Durante la entrevista entre ambos, el biógrafo anota que: El sucesor de Morla Lynch le dispensó una muy cordial acogida y aconsejó a Miguel el inmediato ingreso en la Embajada como asilado político. Miguel se negó. (...) Vergara le previno del grave peligro que corría tal como estaban las cosas y hasta qué punto le convenía aceptar el refugio que se le ofrecía, ya que una vez a salvo en la Embajada le traerían a la mujer y al niño para, a continuación, -como se había hecho con todos los refugiados-, librarles un salvoconducto de salida al extranjero. (Martin,576)
Resulta, como menos, curiosa la reproducción de este diálogo. Si cambiáramos el nombre de Vergara por el de Morla y lo situáramos en el primer intento de asilo, podría ser más verosímil. Como hemos visto, según las declaraciones del propio Vergara, nunca pudo ofrecerle asilo a Miguel. Por otra parte, y en el momento de ese encuentro, -16 de septiembre-, la posible salida de España de los 17 asilados en la Embajada era muy incierta. Las intensas gestiones de la diplomacia chilena para conseguir un salvoconducto tardaría un mes en dar los primeros resultados. El 12 de octubre consiguieron la autorización para cuatro de ellos, quienes, junto a Juvencio Valle, salieron para Francia donde embarcaron con destino a Chile. Un año más tarde se logró el salvoconducto para 8 asilados que embarcaron a Chile vía Lisboa. En octubre de 1940, 19 meses después de su entrada en la Embajada chilena en Madrid, lograron salir los cinco restantes.
Nótese que en la declaración de Vergara a Moreiro ya no dice: recibí avisos, "entre otros" de Pablo Neruda. Aquí declara muy concretamente que: En el verano de 1939 recibí en Madrid una carta de Pablo Neruda desde París, interesándose por la suerte de Miguel Hernández... Santiago Ontañón, en su libro de memorias , confirma este hecho. Señala que en el verano de 1939, recibió Vergara Donoso una carta que Neruda le enviaba desde París, interesándose por la situación de su amigo, quien, según sus informaciones, estaba preso en Madrid: Tras las averiguaciones pertinentes, Vergara comprobó que lo afirmado por Neruda era verdad, pero que no se había iniciado proceso ni se unía la persona del detenido con el poeta Miguel Hernández, lo que obligó a actuar discretamente.
Ontañón recuerda que mientras estaban asilado en la Embajada de Chile, un día recibieron de manos de Vergara un mensaje escrito en un papel de fumar. Era una nota angustiosa escrita por Miguel desde la cárcel:
Decía escuetamente: "Me han condenado a muerte. Haced lo que podáis. Miguel Hernández". Así nos llegó la noticia de su suerte. Cabe imaginar la profunda tristeza y la impotencia que nos embargó al grupo, asediado como estábamos en un Madrid hostil, dispuesto también a hacer carnaza de nosotros a la menor oportunidad. Aquel leve papel de fumar, manuscrito con noticia tan tremenda, nos angustió indeciblemente. Yo hice lo que podía: escribir. Envié tres cartas: a los Alvarez Quintero, a Víctor de la Serna y a Borrás. De las tres, sólo obtuve contestación del Alvarez Quintero que quedaba, en la que me decía que haría lo que pudiese, tratándose de la vida de un hombre y sobre todo la de un poeta, pero que dudaba que su intervención fuera eficaz, ya que, decía: "Aquí yo no cuento nada". (Ontañón, 203)

El testimonio de Vergara, avalado por el de Santiago Ontañón, dos actores de los hechos, contradice a los biógrafos hernandianos que se empeñan en desconocer la preocupación de Neruda por su amigo. Al parecer, el auxilio de Neruda a Miguel Hernández, a través de Vergara Donoso, es conocida desde hace más de cincuenta años. Quizá la primera en dejar constancia de ello fue Concha Zardoya, quien anota: Esta situación de hambre [de Miguel y su familia] se soluciona un tanto con la ayuda económica mensual que empieza a prestarle don Germán Vergara Donoso, Encargado de Negocios de Chile en Madrid, a petición de Pablo Neruda. ¿Por qué hemos desconfiado tanto de doña Concha durante estos años?
Algunos biógrafos de Miguel Hernández, entre ellos Juan Guerrero Zamora, Arturo del Hoyo y el propio Ferris, niegan la gestión realizada por María Teresa León y Neruda ante el cardenal Baudrillart por la liberación de Miguel. Ahora, a este grupo se suma Eutimio Martin. Es muy posible que la gestión de Neruda y los Alberti ante el cardenal no fuera el detonante para liberar a Miguel de la cárcel. Adhiero a la opinión más generalizada; fue puesto en libertad por el caos administrativo de aquellos días y/o, por la orden gubernamental de poner en libertad a los presos que no habían sido juzgados a la fecha. Eso no es motivo para negar la veracidad de la gestión conjunta de los Alberti y de Neruda, independiente de sus resultados. En ningún caso creo que María Teresa y Neruda narraran este episodio en sus memorias sólo para atribuirse la hazaña de haber protagonizado la puesta en libertad de Hernández.
Ramón Pérez Álvarez afirma entre otras cosas que: la posibilidad de su exilio a través de las gestiones de Pablo Neruda, es un extremo que queda desmontado. Describe también las gestiones de Carlos Morla Lynch, y la imposibilidad de prestarle asilo, y de Germán Vergara Donoso, otro diplomático con interés en proporcionar asilo a Miguel, y que pasó una asignación a su viuda de su bolsillo durante varios meses... Miguel, por el tono de exigencia con que pide a Josefina que no tenga inconveniente en pedir dinero a la Embajada, creyó seguramente que el dinero provenía de Neruda. No había tal. Neruda le dio sólo el título honorífico de "hijo" y pare V. de contar.
No sabemos si Vergara Donoso ayudó económicamente a Miguel y a su esposa con dinero de su propio bolsillo. Sí sabemos que Vergara, según su propio testimonio, se ocupó de Miguel por encargo de Neruda, aun imposibilitado de ofrecerle asilo, aunque, según Pérez Álvarez, tuviera interés en proporcionárselo. Tampoco sabemos si Miguel creyó que el dinero provenía de Neruda. Éstas especulaciones no se sostienen porque no tienen base. Pero sí sabemos que el poeta Homero Arce, secretario de Neruda, hasta los años sesenta, aún despachaba algunas remesas de dinero a Josefina Manresa.
Si hacemos caso y no tergiversamos los informes de Carlos Morla, documento citado por la mayoría de los biógrafos hernandianos, entre ellos Pérez Álvarez, vemos que Morla no tuvo ninguna "imposibilidad" de prestar asilo a Miguel Hernández. Por otra parte, el supuesto "desmontaje" que hace Pérez Álvarez de las gestiones hechas por Neruda, contradice el testimonio de varios testigos y actores de los hechos. Uno de ellos, el poeta chileno Juvencio Valle. El mismo año de 1939, a su vuelta a Chile después de estar recluido en la madrileña cárcel de Porlier, desvela el motivo de su detención:
Ocurrió unos tres o cuatro meses después de la "Marcha Triunfal". En mi calidad de chileno y de colaborador de la Cancillería de nuestra Embajada, yo circulaba con más o menos libertad. Pero un día, veinte metros antes de la Embajada, me detuvo un policía secreto. No me preguntó mi nombre ni me pidió documento alguno. Sólo me exigió que lo acompañara a la Comisaría. Allí me interrogaron, y para mi desgracia llevaba yo en un bolsillo una carta de Pablo Neruda relacionada con algunas gestiones que había que realizar para conseguir la libertad de Miguel Hernández. De la Comisaría pasé a la Dirección de Seguridad y de allí a la cárcel de la calle General Porlier, donde estuve tres meses y medio, mientras se ventiló el juicio que me siguieron.

Don Germán Vergara -señala Pérez Álvarez-, visitó en la cárcel a Miguel, acompañado por Cossío, durante el período de su condena a muerte. Cossío es, incuestionablemente, quien salvó la vida de Miguel,... Sabemos (Ferris lo señala en su libro) la condición que ponía José María de Cossío, lo mismo que Rafael Sánchez Mazas, Luis Almarcha y otros, para salvar la vida de Miguel; renunciar a sus ideales, a su obra, por lo tanto, a su vida. Como señala Pedro Collado, una de las más acusadas virtudes del poeta, era la espontaneidad de sus decisiones y la sinceridad y la firmeza con que las defendía. Y esta firmeza la señala el mismo Ferris: Hernández pretende, a través de las gestiones de Vergara Donoso, ser conducido al Reformatorio de Adultos de Alicante, pero detrás de ese propósito, según comentaba a Aleixandre [por carta del día] 6 de abril, se puede vislumbrar su intención de huir de esas insistentes presiones [de Cossío, Sánchez Maza, Almarcha] de las que Aleixandre estaba perfectamente informado: "Son motivos muy graves los que me aconsejan e inducen a tomar esta decisión, [la del traslado] aun sabiendo que en Alicante expongo a mi familia a un esfuerzo constante para atenderme. No te digo más". (Ferris, 464)
También a su esposa Josefina le adelanta por carta del 26 de abril el rechazo que siente por los tantos "Almarchas que hay por el mundo": Almarcha y toda su familia y demás personas de su especie que se guarden muy bien de intervenir para nada en mis asuntos. No necesito para nada de él, cuando he despreciado proposiciones de otros muchos más provechosas. Ya te contaré, y comprenderás que no es posible aceptar nada que venga de la mano de tantos Almarchas como hay por el mundo. Sería una verdadera vergüenza.
Si hubiese cedido a las presiones de los antes citados, posiblemente, no es seguro, hubiera salvado la vida, pero... ¿se hubiese salvado su obra? ¿Sería hoy el Miguel que tanto honramos, queremos y admiramos?

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