Yo les quiero contar lo que he observado/ para que nos
vayamos conociendo/ el habitante encadenó las calles; /la lluvia destiñó las
escaleras,/ un manto de tristeza fue cubriendo/ los cerros con sus calles y sus
niños...!, sonaba precisamente esta canción como música ambiental en este
portentoso "Bar Cinzano", en la Plaza Aníbal Pinto, con su fuente de
Neptuno delante, que descubrí en el último viaje. Mis acompañantes, Nelson
sobre todo, cerraban los ojos mientras cantaban casi "de profundis"
el vals "Valparaíso", que compuso el gitano Rodríguez hace muchos
años, en el 68, antes de exilios, regresos desafortunados y muerte silenciosa
en Italia allá por 1996.
He regresado esta vez a Valparaíso a buscar pulsos
literarios de una ciudad de las que están tan repletas de literatura que dudo
que sea posible ninguna síntesis. Nos perderemos en la literatura y en la misma
ciudad, Patrimonio Cultural de la Humanidad y puerto esencial del Pacífico. Nos
perderemos desde el primer día en el que querré, como siempre, iniciar la
visita a la ciudad por los cerros, los cuarenta y cinco accidentes montañosos
que la dotan de una fisonomía extraña, de escaleras y pequeños funiculares (que
ellos llaman ascensores), de descenso progresivo a un mar que baña uno de los
puertos americanos históricamente más importantes.
Los habitantes de Valparaíso, como los de Buenos Aires,
se llaman también porteños y la ciudad, marítima y deteriorada, despierta en
los cerros esta mañana de noviembre.
Valparaíso es lugar nerudiano por excelencia. Aquí tuvo
el poeta "La Sebastiana", su tercera casa chilena principal. El Cerro
Bellavista, al que subo con el ascensor Espíritu Santo, tiene una de las
mejores vistas de la Bahía. Los cinco pisos de la casa del poeta, empinados y
difíciles, hacen que recuerdes que en los últimos años ya no podía ocupar su
vivienda porteña por sus dificultades físicas. La quinta planta es aquel
estudio imponente de vistas, presidido por un gran retrato de Walt Whitmann,
donde Neruda escribió "La casa en la altura" o aquel fragmento de
"Cuándo de Chile" donde dice: y el viento que derriba/ la última
ola de Valparaíso/ me golpea en el pecho/ con un ruido quebrado/ como si allí
tuviera/ mi corazón una ventana rota. Desciendo al centro y al puerto
paseando lugares nerudianos. Ya no está en la esquina de O'Higgins y Melgarejo
el Bar Alemán, que Neruda frecuentaba con amigas y amigos y en el que creó en
1961 el Club de la Bota -una gran jarra de cerveza en cerámica adornada era su
símbolo- con sus cófrades, bautizados como botarates. Sara Vial acaba de
publicar un bello libro sobre aquella peripecia y aquellos años. El camino nos
lleva ahora al puerto, al Muelle Prat, y en él mi acompañante busca un pequeño
recuerdo de la peripecia del Winnipeg, el barco que armó Neruda en nombre del
gobierno chileno, para transportar desde Francia a más de dos mil españoles a
Chile en 1939 tras la guerra.
La historia, que ha contado muy bien Diego Carcedo en su
libro reciente, me es evocada por Julio Gálvez Barraza, un nerudista
imprescindible por su libro Neruda y España, en una comida frente al mar,
necesariamente en el restaurante Bote Salvavidas, donde las machas al parmesano
y el caldillo de congrio permiten seguir evocando al poeta.