domingo, 3 de febrero de 2019

Rolando Cárdenas, poeta



Rolando Cárdenas nació en Punta Arenas el 23 de marzo de 1933. Vivió en la austral ciudad hasta los 22 años, por tanto, su poesía está ligada a las nieves magallánicas.
El poeta se estableció en Santiago en 1955, con el propósito de estudiar Construcción Civil, carrera que cursó en la Universidad Técnica del Estado. Durante su época de estudiante trabó amistad con Jorge Teillier.
Su primer libro, Tránsito breve, fue publicado en 1961, seguido de En el invierno de la provincia (1963).
Para mediados de la década de 1960, la obra de Rolando Cárdenas era ampliamente reconocida por sus contemporáneos y fue incluida en varias antologías de la época, así como en el ensayo La poesía de los lares de Jorge Teillier.
En 1972 recibió dos reconocimientos por su trabajo Poemas migratorios: el primer premio en el concurso Pedro de Oña y una mención en el prestigioso concurso de poesía organizado por la Casa de las Américas en Cuba.
Tras el golpe de estado de 1973, Rolando Cárdenas fue detenido y recluido en el Estadio Chile, y posteriormente privado de la posibilidad de ejercer su profesión. En 1974 pudo publicar el laureado Poemas migratorios, uno de sus libros más importantes y el único que daría a conocer hasta el año 1986, fecha en que apareció Qué, tras esos muros.
Durante los grises años de la dictadura, el autor fue un asiduo visitante de lugares como la Sociedad de Escritores de Chile y el bar La Unión Chica, donde se daban cita numerosos escritores y poetas, los mismos que lamentaron su sorpresiva muerte el 17 de octubre de 1990. Apenas un tiempo antes, había dejado el manuscrito de Vastos dominios en manos de su amigo Carlos Olivárez, quien se encagó de que fuera incluido en las que conforman actualmente sus Obras completas, publicadas el año 1994.

EPÍLOGO, poema de Rolando Cárdenas

Yo quisiera morir en la tarde azul
Rodeado de mis libros solamente.
Podría ser lejos de mi casa,
En una ciudad desconocida,
también podría ser en la montaña,
cerca del mar, o en un lugar cualquiera,
pero sin nada que me diga que una vez fui amado,
aunque haya sido el amor tenaz de mi madre,
porque estoy tan seguro de haber estado solo
desde el grito primero,
cuando la luz fue mía.
Tal vez, se piensen o digan muchas cosas
cuando yo ya no exista en la hora derribada,
pero ya será tarde.
Alguien dirá de mis virtudes, otros de mis defectos.
Hasta se oirá que me faltó valor
Para enfrentar el mundo.
Pero todos se habrán equivocado
Y yo me quedaré profundamente mudo
Sin defender el minuto insondable.
En el entonces, todo importará,
Incluso hasta la lágrima,
Y después, todo seguirá como antes.
Siempre ocurren las cosas de este modo.
Yo me iré trasudando por mi última noche
Siempre callado y solo, como he sido en mi vida.
Tal vez, un poquito de tristeza,
Porque vivía para ser amado
Y el aroma se fue sin siquiera rozarme.
Claro que no tendré las cosas que tenía,
Como por ejemplo, el primer volantín de la infancia
En el que se columpiaban mis ensueños,
O el llanto contenido
Cuando me prohibían apresar la fruta entre los dedos.
Ni siquiera tendré
La fuga de los soles horadando la noche,
tampoco la canción de mis pasos
sobre el suelo escarchado de mi pueblo,
ni el mosaico de todos los paisajes
en que quedaba un poco de mi risa.
En mi actitud de sueño horizontal y eterno
faltará, incluso, la maravilla viva de tus besos,
que a veces me entregabas
con un aroma de madera nueva.
Nada tendré, y todo será igual.
No sabría decir si estaré más callado
o acaso un poco alegre
Tal vez, la clemátide de la tristeza
haya alcanzado ya la altura del sollozo.
En todo caso, pienso, estaré más tranquilo
que cuando me acodaba en los crepúsculos
a pensarte y amarte desde otras latitudes,
recordando el primer dolor,
la primera alegría,
la primera palabra que deslicé en tu oído.
He de extrañar algunas cosas gratas:
desde el momento que se alzaba dibujando arabescos
en el aroma azul del cigarrillo,
mientras los amigos hablaban del terruño lejano
con el alma y la voz humedecida
que resbalaba al fondo de los vasos,
las fiestas, las canciones,
los versos dichos al morir la tarde,
la cadena de tantos conocidos,
hasta el beso furtivo dado para entregar el alma.
Ya no podré decir palabra antigua
Que brotaba amarga,
Y que a veces se alzaba desafiante a defender el miedo.
Me llevaré todo lo que junté
por el ancho horizonte de la vida.
Seré como un baúl de soledades.
Y quizás, la tierra buena me dé de su perfume
Para cubrir la otoñecida tarde mi muerte.