David Hevia. La Tercera, Santiago, 6 de mayo de 2017
Biógrafo de Juvencio Valle y de Luis Enrique Délano, el destacado
investigador de las letras Julio Gálvez Barraza es autor, entre otras
obras, de Winnipeg. Testimonio de un Exilio. Mientras afina los
detalles de su próximo libro, que relata la relación de amistad
desarrollada entre el Premio Nobel chileno y el vate español Rafael
Alberti, el ensayista aborda las vicisitudes de Joaquín y José Machado,
quienes llegaron al país en 1940.
-La diáspora resultante de la Guerra Civil trajo a los hermanos de Antonio Machado a Chile, a bordo del Formosa.
Sí.
Los hermanos Machado, Joaquín y José Machado, vinieron en el Formosa
junto a varios emigrados. En el Formosa llegaron también el escultor
Claudio Tarragó, el arquitecto Germán Rodríguez Arias y muchos más:
aproximadamente, medio centenar de intelectuales. Los hermanos Machado
llegaron a Santiago y se instalaron cerca del Parque Forestal, y hay un
libro muy bello de José Machado, donde rememora esa estadía en Chile y
narra la etapa final del vate ya fallecido, cuya imagen creyó ver
deambulando por el parque un día.
-Usted se refiere a Últimas Soledades del Poeta Antonio Machado.
Ese
libro, exactamente. Y luego, por algún motivo ese departamento frente
al Parque Forestal tuvieron que dejarlo y alguien les consiguió una casa
que estaba en Matucana. Los hermanos Machado, como varios personajes
que llegaron exiliados de España después de la Guerra Civil, tenían una
muy precaria condición económica. Ellos ya eran mayores, no tenían la
posibilidad de ganarse la vida como los más jóvenes. Tuvieron que
recurrir un poco al auxilio de algunas personas y ahí se portaron muy
bien con ellos, entre otros, el embajador, que fue el último
representante de la República en Chile, Rodrigo Soriano. Se hicieron
también muy amigos de Arturo Serrano Plaja, poeta español igualmente
afincado en Chile, y quien trabajaba en el Ministerio de Obras Públicas
en ese tiempo. Y trabaron amistad con el pintor Arturo Lorenzo. Estos
personajes auxiliaban de alguna manera económicamente a los hermanos
Machado, que solo muy esporádicamente conseguían empleo. Joaquín Machado
era periodista, hacía algunos artículos para las revistas de la época
española en Chile…
-Y algunas columnas de opinión.
Claro,
algunas columnas, algunos reportajes. José Machado era pintor, hacia
clases de pintura y vendía de alguna manera sus cuadros, pero eso no les
daba para mantenerse. Un mal día se incendió esa casa de Matucana.
Entre otros, se quemaron manuscritos de Antonio Machado, los cuadros de
José Machado, muchas cosas valiosas, y quedaron en la calle. Y ahí, a
través de Serrano Plaja y Arturo Lorenzo, apareció una mano protectora
que era un pintor chileno de nombre Eduardo Carrasco Délano. Él les
dijo: “Mi suegra tiene una casa en Peñaflor que no ocupa, por qué no se
van a vivir ahí”. Y los hermanos Machado, con sus esposas, fueron a
vivir a Peñaflor y pasaron gran parte de su exilio en esa casa de
Peñaflor.
-Lejos del centro de debate intelectual de la capital…
Y
en ese tiempo desplazarse allá tomaba muchísimo tiempo. Era como la
casa de vacaciones de la suegra de Délano. Crónicas y entrevistas de la
época dicen que fue el tiempo más feliz de los hermanos Machado en
Chile.
-En el caso de José, en particular, él
además había sido en vida de Antonio Machado su secretario personal, por
lo tanto ahí él es también, de algún modo, heredero de esa tradición
literaria, más allá de su condición de pintor. De qué manera se expresa
el legado de Antonio Machado en la vida de estos hermanos en Chile?
Tenían
algún problema que seguro que les marcó, y era esta dualidad en la
familia en lo que representaba Antonio Machado y lo que también
representaba Manuel Machado, que era el caso contrario. Manuel se alineó
con el franquismo, trabajó con el franquismo, fue un artista de los
pocos que tenía el franquismo para presentar al público…
-… Factor de división.
Entonces
había ahí un encuentro bastante serio, y yo creo que eso afectó de
alguna manera la vida de los hermanos Machado también, dentro de esa
élite intelectual que podía juntarse en Santiago, como los que se
reunían en el Café Miraflores, o los que hacían sus tertulias.
-La
venida de los hermanos Machado a Chile parece ser la última gran jugada
de Pablo Neruda en esa estrategia que permitió durante tanto tiempo
traer a los perseguidos de España…
Sí. Hay una
entrevista muy interesante a Neruda que está publicada en el diario
Trabajo, aquí en Santiago, de noviembre del año ‘39, cuando ya había
salido el Winnipeg hacia Chile. En el mes de noviembre le llega un cable
a Neruda donde ya le anuncian que él va a ser cónsul en México, y
entonces debe dar término a su misión como cónsul especial para la
inmigración. En esa entrevista dice Neruda que las últimas visas que él
firma son las de los hermanos Machado, que estaban en París, abandonados
por todos, subraya. En esa entrevista Neruda dice una cosa muy
interesante que muchas veces pasa inadvertida para los estudiosos del
poeta: “éstas son mis últimas firmas de inmigrantes a Chile, pero no
creo que la inmigración española a Chile con esto termine, porque, de la
misma manera que los americanos emigran a España, es algo cíclico, y
que tiene que ver con la historia y es recíproca”.