viernes, 23 de septiembre de 2011

Dolor de ausencia


A mi querido José Miguel Varas

El hombre ha acumulado muchos conocimientos, descubrimientos, avances científicos y tecnológicos. Sin embargo, hasta ahora, nadie conoce lo que hay más allá de la muerte. Las teorías, religiosas o materialistas, son sólo eso; teorías. Algunos hablan de un cielo a la diestra de Dios, lo que llaman el paraíso, aunque también, según nuestro comportamiento, se puede ir a lo que llaman el infierno. Otros van más lejos y con el afán de quedarse en este mudo, creen en la reencarnación. Para muchos, el futuro después de muerto no existe, no hay nada. Nada de nada. Pero, ¿quién sabe cuál es nuestro destino después de muerto?

Cuando una persona muere a una edad considerada “normal”, cuando ya ha vivido, sufrido y disfrutado de todo lo que nos permite la naturaleza humana, es posible que, donde quiera que vaya, descanse en paz. He escuchado a muchos adultos mayores, entre ellos mi padre, decir eso de: -Ya es hora, o –Ya está bien. Y se van tranquilos, conforme a su (a nuestro) inexorable destino.

El dolor, la ira, la negación ante la muerte, es de quienes nos quedamos, es de la familia, es de los amigos. No aceptamos la partida de un ser querido. Nos negamos a no verlo más con nosotros. Nos rebelamos ante la partida. Es entonces cuando nos invade el dolor por la ausencia.

Conocí a José Miguel Varas cuando era editor en la desaparecida revista Rocinante, en las oficinas de la calle General Flores. Antes, como cualquier lector, sabía de él por sus cuentos y novelas. Me había citado para una posible colaboración en la revista. Cuando acudía a la cita, pensaba en esa equivoca fama que le habían echado algunos que no lo conocían bien, fama de serio, mal genio y bastante adusto. Nos reunimos en su pequeña oficina, rodeados de rumas de revistas que esperaban su distribución. Pienso que inmediatamente hubo empatía, eso que algunos llaman “feeling”. Comencé, desde ese día, a conocer un personaje afable y con un sentido del humor increíble. Eso sí, nunca le oí una carcajada. Su fino humor siempre lo practicaba con un rostro que reflejaba la más estricta seriedad.

A partir de ese día, nos seguimos encontrando, en eventos culturales, en presentaciones de libros o en actividades sociales, pero, sobre todo, hubo un par de años que nos encontramos muy seguido en la casa del arquitecto Fernán Meza, uno de sus grandes amigos. Varias veces, después de aquellas veladas, iba a dejar a su casa a Iris Largo, su esposa, y a mi ya entonces amigo José Miguel.

Recuerdo que cuando nació Oscar, mi primer nieto, me invadió una desbordante “abuelitis” aguda. Envié un correo a todos mis amigos comunicando la buena nueva y mi inmensa felicidad. José Miguel fue de los pocos amigos que contestó mi carta. Me contó su feliz experiencia como abuelo y me hizo varias recomendaciones, entre ellas que no permitiera que mi nieto me llamara Tata. -Es una costumbre muy chilena, -me dijo, -pero tiene connotaciones políticas. Hasta el día de hoy, mis nietos me llaman Yayo.

Cuando se editó mi libro “Neruda y España”, José Miguel escribió una hermosa presentación. En ella decía: “Erudito en los grandes hechos y en las minucias de la vida y la poesía de Neruda, preciso en fechas y sucesos, diestro y riguroso en el manejo de las fuentes”. Creo que nunca le dije lo orgulloso que me sentí por sus palabras, escritas por alguien que no regalaba elogios ni tenía compromisos con nadie.

Recuerdo un Primero de Mayo de hace ya varios años. Nos encontramos en la Alameda, cerca de la Estación Central, en medio de la manifestación. Él andaba solo, yo también, y nos acompañamos en medio de la gente. Cuando ya comenzaba a ser la hora de terminar el acto, vimos sin mucho asombro cómo los carabineros provocaron una batalla campal al pasar con sus carros por encima de los tenderetes que vendían libros. Nos fuimos caminando por una calle lateral para evitar al guanaco y las bombas lacrimógenas. -Estos no me caen bien, me dijo en aquella caminata. –son los que mataron a mi cuñado. Y me contó la historia de René Largo Farías, víctima de un crimen que ha quedado impune, como tantos otros.

Nos vimos muchas veces y cada vez lo admiraba más. Hace poco más de dos meses nos encontramos por última vez. Fue en el Segundo Encuentro de Escritores de Puerto Montt. Fueron seis días compartiendo viajes, cenas, desayunos, más de alguna actividad y, por supuesto, un asado y un curanto. Lo encontré feliz, aparentemente sano, con su fino sentido del humor intacto. Cuenta nuestro amigo Rolando Rojo el entusiasmo que despertó en los estudiantes su presencia. Por primera vez los alumnos del Liceo Politécnico Mirasol estaban frente a un Premio Nacional de Literatura.

Uno de esos días, cuando ya se acercaba la hora de una de sus participaciones en una mesa de trabajo, no lo encontrábamos. Wilma González me dijo preocupada: -Lo último que sé es que fue a almorzar a Angelmó y de ahí ya no lo he visto. Me preocupé mucho, fui caminando al hotel para ver si se había dormido. No lo encontré. Cuando volví a la sede de la universidad donde se realizaban las actividades, se me ocurrió ir a mirar a los baños. De ahí venía saliendo José Miguel. ¿Dónde estabas, le pregunté con cara de susto. –Es que uno no puede ir a mear, -me dijo con su cara de serio en broma.

No sé si me despedí de él en el aeropuerto. Sólo sé que, aunque parezca increíble, esta mañana tuve una acuciante necesidad de llamarlo, sólo para saber cómo estaba. No lo hice, no sé por qué no lo hice. Quizá por no molestar, quizá porque no encontré una buena excusa para llamarlo. Decidí que lo haría más tarde. Después me olvidé. No lo llamé.

Esta noche, cuando me disponía a ver una película de esas que distraen, me ha llamado alguien muy querida. –Se ha muerto Varas, -me dijo llena de incredulidad. Llamé a nuestro común amigo Poli Délano y me confirmó la triste noticia. José Miguel Varas ha muerto. Esta nota son mis lágrimas de dolor por tu ausencia, José Miguel, son mi lamento por no haberte llamado. No es la primera vez que me sucede. Dos veces he sentido la necesidad de llamar a sendos amigos y no lo he hecho. A los pocos días ya era tarde para hacerlo.

Querido José Miguel, donde quiera que estés, descansa en paz, con el amor de tu familia, con la satisfacción del deber cumplido y con el cariño y reconocimiento de tus amigos.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Lo que nos enseñan los estudiantes


Antes pensaba que al Gobierno, a los sucesivos Gobiernos, les interesaban los violentistas en las manifestaciones porque así desviaban la atención hacia ellos.

Pensaba que a los carabineros les eran útiles los encapuchados que sólo iban a causar destrozos en las marchas, porque así tenían excusa para reprimir a todos los manifestantes.

Antes creía que los medios de comunicación tendenciosamente destacaban sólo los hechos violentos en las manifestaciones y no se habla del hecho importante, las reivindicaciones de la gente que se manifiesta.

Antes pensaba que el Poder Judicial liberaba inmediatamente a los que causaban saqueos durante las marchas porque al sistema le interesaba que estuvieran en la calle para nuevas manifestaciones.

Creía, con estupor, que los carabineros infiltrados en las manifestaciones masivas eran los verdaderos incitadores a la violencia.

Pensaba que las noticias injuriosas sobre los dirigentes de los movimientos reivindicativos eran verdaderas campañas orquestadas entre el gobierno y los medios para desacreditar a los líderes y causar la división.

Pensaba que es un sofisma pedir una educación “gratuita”. Nada es gratuito, todo lo pagamos con nuestros impuestos, directos e indirectos.

Antes pensaba que la campaña del terror iniciada por los políticos de Gobierno por la perdida del año escolar era una verdadera vileza.

Antes pensaba que todo eso era así. Ahora, después de la marcha de esta mañana, ya no lo pienso. Ahora estoy absolutamente seguro de que es así.

Sin embargo, lo importante no es lo que yo, como ente individual, piense y constate. Lo importante es que lo mismo ha sucedido con el 80 por ciento de la población. El restante 20 por ciento lo componen los empresarios poderosos, los políticos, sus familiares y lacayos y algún o alguna inocente que aún cree en el viejito pascuero. Es decir, es la inmensa mayoría del país la que exige cambios profundos en la sociedad chilena. No es un fenómeno propio de nuestro país. También está sucediendo en España, en Grecia, en muchos países.

Y como estoy seguro de lo que pienso, estoy con los estudiantes cuando dicen que los cambios se necesitan AHORA.

La inmensa mayoría exige cambios, pero…. sólo falta que esa inmensa mayoría se pronuncie en las urnas. Que los jóvenes se inscriban en los registros electorales, que votemos por gente nueva. Que mandemos a la mierda a todos los políticos corruptos, a los que mienten, a los que están en el parlamento sólo porque llevan un apellido de otro político corrupto que los antecedió, a los que prometen y luego, con verdadero descaro, no cumplen sus promesas.

Por mi parte, votaré por el candidato que prometa luchar contra la desigualdad; que esté a favor de legislar sobre el aborto, libre y gratuito; que se pronuncie por una educación y un sistema de salud libre, de calidad y público. Votaré muy a gusto por un candidato que proponga eliminar una de las dos Cámaras que hay en este país. Una Cámara y un Senado es un lujo que no podemos sustentar, ese dinero sirve para financiar otras leyes más útiles al país. Por ahora, sólo sirve para asegurar la vida de verdaderos parásitos que viven DE la política, y no PARA servir a la política. Votaré por un candidato que proponga una ley de incompatibilidades. Los políticos no pueden, no deben tener un segundo trabajo o acciones en empresas. Esta práctica sólo sirve para fomentar la corrupción; votaré por un candidato que proponga regular y controlar a los bancos y a las grandes multinacionales, esa que nos venden nuestra agua, que destruyen nuestro ecosistema y que se llevan nuestras materias primas. Votaré a gusto por un candidato a diputado que proponga bajarse los sueldos y las dietas. No es ejemplar que los políticos ganen sueldos y dietas que los pongan muy por encima de la realidad nacional. Así podrán saber cuánto cuesta un kilo de pan o un pasaje en bus.

Si eligiéramos este tipo de políticos, tendríamos gobiernos y parlamentarios que gobiernen con la gente y no contra la gente y no tendríamos que perder tiempo en marchas ni manifestaciones que desgastan y perturban. Sobre todo, tendríamos un país más justo y equitativo, no como el que tenemos ahora.

domingo, 4 de septiembre de 2011

"SENTADO FRENTE AL MAR"


Rolando Rojo.

Uno pronuncia Puerto Montt y de inmediato se le viene a la mente la popular canción de los Iracundos, aunque hayan pasado ya varias décadas de su estreno.

Invitado por la Agrupación Cultural “La Negra”, asistí al Segundo Encuentro de Escritores de Puerto Montt, “Caminando El Sur”, realizado entre el 31 de mayo al 4 de junio del 2011.

El grupo de escritores convocados lo integraba: José Miguel Varas, premio Nacional de Literatura (2006); Jorge Montealegre; Nelson Navarro, Cynthia Rimsky, Boris Quercia, Jorge Velásquez, Pablo Azócar, Paulo Huirimilla, Yuri Soria, Cristián Vila, Iván Quezada, Marcelo Paredes, Julio Gálvez, Gregory Cohen, Rayen Kvyeh, Camilo Brodsky y Camilo Castaldi.

Cinco días recorriendo un sur que -como dicen los escritores locales-: “nuestro sur, verde, húmedo, con olor a neblina y pan amasado, acá nos calentamos con estufa a leña y mateamos contemplando las gotas de lluvia en la ventana. En este territorio han surgido grandes escritores: Diamela Eltit, Francisco Coloane, Jorge Teiller, Edesio Alvarado” Agreguemos nosotros a René Arcos Levi (1964-2011) muerto en el pasado mes de mayo.

El Programa contemplaba diálogos literarios, visitas pedagógicas guiadas en liceos y escuelas municipales; tertulias literarias y mesas temáticas en la Universidad de Los Lagos.

Tuve la oportunidad de visitar el grupo escolar de Puerto Varas en compañía del poeta Paulo Huirimilla, nacido en Calbuco y destacado como una de las voces poéticas más potentes de la poesía mapuche. Paulo impresionó al auditorio presentándose y recitando en su idioma, contando anécdotas de su niñez, de los juegos mapuches, de su formación como lector y como escritor.

Mi segunda visita fue a los Muermos, a la Escuela Básica “Los Ulmos” en compañía del escritor y ensayista Julio Gálvez, autor de uno de los ensayos más completos sobre el Winnipeg, el barco que contrató Neruda para traer a los exiliados españoles a Chile. Julio es también un profundo conocedor de la vida y obra de nuestro premio Nobel. Ha sido galardonado en varios certámenes literarios. Los pequeños alumnos de la escuelita de Los Ulmos no olvidarán la clase que les dio Gálvez sobre Neruda.

Mi tercera y última visita la realicé junto a José Miguel Varas al Liceo Politécnico Mirasol. Por primera vez los alumnos estaban frente a un Premio Nacional de Literatura. Eso desató el entusiasmo estudiantil. Entrevistaron, fotografiaron y charlaron con el escritor que, con su típico humor, sencillez y paciencia respondió todas y cada una de las inquietudes de los estudiantes. En esta visita recibí una grata sorpresa: una alumna de primero medio, había leído mi novela “La Muerte de la Condesa Prokofich” y recordaba sus personajes y su trama. ¡Por fin, aparte de mi mamá, encontraba un lector de mi obra!

El encuentro de este Caminar el Sur “verde, húmedo, con olor a neblina y pan amasado” con mate junto a la ventana mirando caer la lluvia, terminó como debía ser: con curanto a la olla y las exquisiteces de ese mar inagotable.