El
próximo 28 de marzo se cumplen 76 años de la muerte de Miguel
Hernández. Como sabemos, el poeta murió muy joven, aquejado por la
enfermedad, por el incierto futuro de su familia y rodeado de la
indiferencia y la desidia de sus carceleros.
Después
de terminada la guerra civil española, el autor de Viento del pueblo
padeció un cruel periplo carcelario. A partir de la primera
detención, el 30 de abril de 1939, en la frontera de España con
Portugal, hasta su muerte, los
traslados de prisiones sumarán hasta 13. Su último encierro fue el
Reformatorio de Adultos de Alicante, al que llegó el 24 de junio de
1941 para estar más cerca de su familia. Las gestiones para este
último traslado las hizo Germán Vergara Donoso, Encargado de
Negocios de la Embajada de Chile en España. En esa fecha, Miguel
Hernández ya había contraído la tuberculosis en el frío Penal de
Ocaña.
Al
joven poeta se le aplicó toda la severidad de la dura disciplina
carcelaria. El primer mes en la prisión Alicante, tuvo que cumplir
el período de incomunicación y, una vez sacado de su aislamiento,
cuando se disponía a estar con los suyos después de un año y medio
de no verlos, tampoco fue posible; le permitieron abrazar a su
pequeño hijo durante breves instantes y a Josefina, su esposa, sólo
pudo verla a través de las rejas del locutorio. Los impedimentos,
entre otros, era su matrimonio civil no reconocido como valido por
las nuevas autoridades del país.
A
final de año se agrava su salud. Contrajo el tifus y se le declaró
una lesión en el pulmón izquierdo con contagio del derecho. A
partir del mes de diciembre, las altas fiebres lo mantuvieron
postrado en un camastro de la enfermería de la cárcel. Era tal su
debilidad que no pudo acudir a dos visitas de Josefina, no era capaz
de mantenerse en pie por sí solo. En una de las cartas a su esposa,
se queja amargamente: Manda
inmediatamente tres o cuatro kilos de algodón y gasa, que no podré
curarme hoy si no mandas. Ayer se me hizo la cura con trapos y mal.
Salvo
en dos oportunidades, el 27 de Enero y el 5 de Febrero de 1942, en
que fue autorizado a salir de la cárcel para ser reconocido por el
médico del Hospital Provincial, la atención dentro de la enfermería
carcelaria era un verdadero desastre. Miguel clamaba a su familia:
Quiero
salir de aquí cuanto antes. Se me hace una cura a fuerza de tirones
y todo es desidia, ignorancia y despreocupación.
Esa
desidia y la falta de medios en el tratamiento a la enfermedad del
poeta fueron su verdugo. Su hermana, Elvira, recuerda con amargura
esos desesperados días en que hacían gestiones para lograr su
traslado al Centro Antituberculoso de Valencia: ...nos
veíamos impotentes para atender debidamente sus peticiones, sus
llamadas de auxilio, y, la más dolorosa, la de su traslado como
única esperanza de salvar la vida. Muchas veces tropezábamos con la
imposibilidad material de hacerle el envío de algunas cosas que
pedía, pues escaseaban o tenían precios altos. Josefina recibía
algunas ayudas, como las de Vicente Aleixandre, de Pablo Neruda a
través de la Embajada de su país, y algunos más, pero su situación
familiar y el gasto diario para el cuidado de Miguel suponían un
esfuerzo insuperable para todos.
En
algunas biografías de Miguel Hernández se cita su matrimonio
religioso -se había casado por lo civil el 9 de marzo de 1937, en
plena guerra- como un acto de final contrición. Lo cierto es que las
visitas de su mujer se dificultaron al ser considerada soltera. En
una carta escrita a Josefina, Miguel le dice que se prepare pues el
día 4 de marzo se celebraría el acto de matrimonio, añadiendo que;
para él era una gran pena, ya que siempre se había considerado
casado, desde que contrajeron matrimonio en el año 1937. Josefina
Manresa, en su libro “Recuerdos
de la viuda de Miguel Hernández (Madrid. Ediciones de la Torre.
1980)
señala que el día anterior a la ceremonia fue a confesarse a la
Iglesia de San Nicolás: ...
ya arrodillada en el confesionario, no me decidí a confesarme
porque, en la situación en que nos encontrábamos, de tanta
injusticia y sufrimiento, lo consideraba más bien pecar. El padre
Vendrell, que era el confesor, al rato de estar esperando el "padre
me acuso", me insistió y yo le dije: "Lo único que puedo
decirle es que mi marido se me está muriendo en la cárcel y estoy
sufriendo mucho". Él me contestó, con tono de jesuita: "Hija,
la Iglesia no tiene la culpa de eso, la culpa la tienen los hombres".
Yo me marché sin contestarle.
A
Miguel le agobiaba el razonamiento de que su muerte dejaría en el
desamparo a su esposa e hijo al no reconocer las leyes del nuevo
régimen los derechos que a éstos correspondían. Ésta, y la
posibilidad del trasladado a Valencia, fue la causa de que el poeta
accediera al matrimonio eclesiástico. Este se celebró en la
enfermería de la cárcel de Alicante. La hermana del poeta fue
testigo de la dolorosa ceremonia: Entre
los recuerdos que difícilmente podrán separarse de mi pensamiento
es aquel día en que se efectuó la ceremonia, allí, junto a la
cama. Apenas nos atrevíamos a mirarnos, ni a pronunciar palabras.
Sentíamos sobre nosotros como un sonido mortificante la respiración
entrecortada de Miguel, que miraba fijamente a Josefina, allí, a su
lado, que nos miraba a todos con ojos inmóviles, como si todas sus
sensaciones estuvieran concentradas en su pensamiento, en el fondo de
sus sentimientos. Sólo se oían las palabras breves del capellán,
pues fueron unos minutos solamente, ya que según supimos después el
acto se efectuó como si fuera in artículo mortis, habida cuenta del
estado de Miguel.
Sólo
después de celebrarse la ceremonia religiosa se cursó la petición
del traslado al Hospital Penitenciario de Porta Coeli, en Valencia.
Las gestiones de sus amigos, entre ellos de Germán Vergara, chocaban
con la persistente indiferencia de las autoridades carcelarias.
Varios connotados biógrafos, como el profesor Agustín Sánchez
Vidal y Ramón Pérez Alvarez, afirman tener testimonios que aseguran
que el mayor obstáculo para dicho traslado fue Luis Almarcha,
entonces Vicario General de Orihuela y Procurador en Cortes por
designación directa de Francisco Franco. La supuesta negativa del ex
protector y mecenas del joven poeta a interceder por el urgente
traslado, estaban fundadas en el distanciamiento de la Iglesia que
había tenido en su metamorfosis literaria. Probablemente también
culpaba de este distanciamiento a sus amistades madrileñas, entre
los que se encontraba Pablo Neruda.
La
autorización de traslado tardó absurdamente. Llegó el día 21 de
marzo, cuando el cauce de la enfermedad ya era irreversible. Miguel
Hernández, Miguel de España, a quién Neruda llamara "Hijo
mío", y de quién un día esperó que cumpliera el deber de
"decir
junto a mis huesos algunas de sus violentas y profundas palabras",
expiró en la madrugada del 28 de marzo de 1942, víctima de la
tuberculosis desarrollada con el hambre, la falta de cuidados y la
desidia de los que podían haber salvado su vida. El poeta aún no
cumplía los treinta y dos años. Ese día 28 de marzo otra vez;
Temprano
levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada.
En
el legado de Germán Vergara, custodiado en el Archivo Nacional de
Chile, se conserva la carta que días después, -el 31 de marzo-,
dirigió desde Alicante Josefina Manresa al Encargado de Negocios
chileno:
Estimado
señor Germán Vergara. Les participo la muerte de Miguel. El sábado,
día 28, dejó de existir. Ha muerto donde él no quería, en la
cárcel, con la gana de salir al sanatorio. Al mismo tiempo le doy a
usted las gracias de cuanto ha hecho V. por nosotros. Yo siempre
pensaba que algún día saldría y podríamos agradecerle a V. todo,
pero así, nunca. Lo único que me acordaré de V. toda mi vida por
lo buen amigo que ha sido V. y por lo tanto que ha hecho.
Le
saluda y le recuerda siempre
Josefina
Manresa
La
muerte de Miguel sacudió profundamente a Neruda. Años más tarde
escribió esos terribles versos en los que recuerda al amigo e
impreca contra Dámaso Alonso y Gerardo Diego. Estaba convencido de
que ambos poetas, estando en España, pudieron haber hecho algo más
por él. También descarga su ira contra los diplomáticos chilenos
que, según creía, negaron el asilo al oriolano. En su poema “A
Miguel Hernández, asesinado en los presidios de España”, maldice:
Que
sepan los que te mataron que pagarán con sangre./ Que sepan los que
te dieron tormento que me verán un día./ Que sepan los malditos que
hoy incluyen tu nombre/ en sus libros, los Dámasos, los Gerardos,
los hijos / de perra, silenciosos cómplices del verdugo,/ que no
será borrado tu martirio, y tu muerte / caerá sobre toda su luna de
cobardes.
Con
los años, Neruda comprendió la difícil posición en que estaban
Dámaso Alonso y Gerardo Diego. Tampoco ellos pudieron hacer mucho
por aliviar la tragedia de Miguel. Su mediación hubiera resultado
del todo inútil. Un amigo de Dámaso y Neruda, el escenógrafo
Santiago Ontañón, en su libro de memorias, “Unos pocos amigos
verdaderos”, recuerda que un día en Roma, en casa de Rafael
Alberti, coincidió con Neruda: -Rafael
comenzó a recitar poemas de Gerardo Diego,
-dice Ontañón-. De
pronto Neruda propuso: -¡Ese niño!... ¡Vamos a ponerle una tarjeta
a Gerardo!
Al
día siguiente, Ontañón viajaba a España y se ofreció para
llevarle la nota firmada por Neruda, María Teresa León y Rafael
Alberti. Recuerda que cuando llegó a Madrid era verano y Gerardo
Diego estaba fuera de la capital. Continúa Ontañón: Al
cabo de un mes me lo encuentro por la calle y le digo lo que tenía
guardado para él. Entonces Gerardo se puso muy nervioso. Tanto, que
casi no podía hablar. Al fin me dijo: -Santiago: recibiría la
tarjeta encantado, pero antes Pablo tendría que rectificar la
infamia que cometió contra nosotros, a propósito de Miguel
Hernández. Lo siento, pero ahora no puedo recibirla. Le dije que en
guerra se cometen bestialidades y como consecuencia de ella notorias
injusticias, pero que había que perdonar porque no podía uno
pasarse toda la vida odiando y no hubo forma de sacarle de sus
siete.… Una tarde, al cabo de varios meses, viene Gerardo a la mesa
donde estaba sentado en el café Gijón y me dice que si podía darle
la tarjeta de Pablo Neruda. Cuando pude encontrarla se la entregué.
Con
este episodio, señala Ontañón, quedó demostrado que Neruda había
pedido perdón, aunque muy sutilmente, y Gerardo Diego lo había
otorgado.
En
ese libro de memorias, Ontañón recuerda que a comienzos de 1940,
mientras estaban asilado en la Embajada de Chile, recibieron de manos
del Encargado de Negocios una nota realmente patética:
Un
día, Germán Vergara Donoso nos entregó una nota escrita en un
papel de fumar que nos remitía Miguel desde la cárcel.
Decía
escuetamente: "Me han condenado a muerte. Haced lo que podáis.
Miguel Hernández".
Así
nos llegó la noticia de su suerte. Cabe imaginar la profunda
tristeza y la impotencia que nos embargó al grupo, asediado como
estábamos en un Madrid hostil, dispuesto también a hacer carnaza de
nosotros a la menor oportunidad. Aquel leve papel de fumar,
manuscrito con noticia tan tremenda, nos angustió indeciblemente.
Des Desde
que leí el libro de memorias de don Santiago, he tenido curiosidad
por aquel misterioso papel de fumar que contenía tan nefasta
noticia. Su libro, escrito a cuatro manos con José María Moreiro,
fue publicado en 1988, a casi cincuenta años de ocurridos los
hechos. Aun consciente de que en las palabras preliminares del libro,
Ontañón avisa de su gran memoria; ¿Puede haberle fallado un poco
la evocación a don Santiago? Es posible y comprensible.
Entr Entre
las cartas de Germán Vergara Donoso encontré un mensaje contenido
en un pequeño papel, de tamaño y textura similar a una hoja de
papel de fumar. Es un mensaje escueto, escrito con lápiz de grafito
y con una letra menuda, pero clara, que da cuenta de la condena a
muerte a Miguel Hernández, dictada el 18 de enero de 1940. La nota
procedía de la cárcel del Conde de Toreno y está fechado el 22 de
enero de 1940, por
tanto, lo más probable es que este mensaje, remitido por Fernando
Fernández Revuelta, compañero de celda de Miguel, sea el mismo que
Santiago Ontañón recuerda haber recibido de manos de Vergara
Donoso. La nota dice:
Sr.
Vergara: el pasado viernes fue juzgado M.H.G. siéndole pedida por el
fiscal la pena de muerte. Sé bien su gran interés por nosotros y
por ello considero innecesario rogar a Ud. su intervención, aunque
sí suplicar la máxima rapidez para evitar otro caso como el del
pobre Javier Bueno.
Sin
perjuicio de que Ud. decida lo más conveniente, creo es preferible
en el caso que mucho temo que el Tribunal haya fallado de acuerdo con
la petición, conseguir el indulto a la revisión de la causa, ya que
el fallo sería análogo al de la primera, y con él aun mayor la
angustiosa espera de nuestro buen amigo.
Una
vez más, señor Vergara, el mayor agradecimiento y consideración.
Fernández
Revuelta. En prisión, 22 -1 – 40
Ese Ese día 18 de enero de 1940, Miguel Hernández fue
juzgado
rápidamente y condenado a muerte. En el mismo acto fueron juzgadas
29 personas, de las que 17 recibieron condena a muerte. Uno de los
procesados, el escritor Eduardo de Guzmán, ha dado testimonio: El
abogado defensor es un hombre joven... No ha hablado con ninguno de
nosotros, no conocía siquiera nuestra existencia hasta hace muy
pocas horas Como más tarde dirá a los familiares de algunos,
recibió los expedientes la noche anterior. Cree que Miguel Hernández
es un buen poeta. De temperamento ardoroso y exaltado; pero excelente
persona. En el sumario hay avales y testimonios de algunos
intelectuales encabezados por Cossío... Contra él no hay más que
sus versos políticos, su labor en el Comisariado Cultural y su
adscripción al comunismo; pero nadie le imputa ninguna acción
deshonesta o sanguinaria.
La vista, para juzgar a 29 personas, duró aproximadamente una hora y media. La acusación se tomó seis o siete minutos para encarnizarse con el resto de los acusados. Se reservo el doble de tiempo para arrojar inculpaciones sobre el poeta. El Presidente del Tribunal, al preguntar si alguno deseaba alegar razones de inocencia, advirtió que no consentiría discursos ni expresiones subversivas. El abogado defensor, recién el día anterior tuvo el expediente para estudiar la causa.
La vista, para juzgar a 29 personas, duró aproximadamente una hora y media. La acusación se tomó seis o siete minutos para encarnizarse con el resto de los acusados. Se reservo el doble de tiempo para arrojar inculpaciones sobre el poeta. El Presidente del Tribunal, al preguntar si alguno deseaba alegar razones de inocencia, advirtió que no consentiría discursos ni expresiones subversivas. El abogado defensor, recién el día anterior tuvo el expediente para estudiar la causa.
Cinc Cinco
meses después de dictada su sentencia de muerte, le fue conmutada
por la de 30 años de prisión. Para entonces, Miguel Hernández ya
había contraído la enfermedad que lo llevaría a la muerte.