Rolando Cárdenas nació en Punta Arenas el 23 de marzo de 1933. Vivió en la austral ciudad hasta los 22 años, por tanto, su poesía está ligada a las nieves magallánicas.
El poeta se estableció en
Santiago en 1955, con el propósito de estudiar Construcción Civil, carrera que
cursó en la Universidad Técnica del Estado. Durante su época de estudiante
trabó amistad con Jorge Teillier.
Su primer libro, Tránsito
breve, fue publicado en 1961, seguido de En el invierno de la provincia (1963).
Para mediados de la década
de 1960, la obra de Rolando Cárdenas era ampliamente reconocida por sus
contemporáneos y fue incluida en varias antologías de la época, así como en el
ensayo La poesía de los lares de Jorge Teillier.
En 1972 recibió dos
reconocimientos por su trabajo Poemas migratorios: el primer premio en el
concurso Pedro de Oña y una mención en el prestigioso concurso de poesía
organizado por la Casa de las Américas en Cuba.
Tras el golpe de estado de
1973, Rolando Cárdenas fue detenido y recluido en el Estadio Chile, y
posteriormente privado de la posibilidad de ejercer su profesión. En 1974 pudo
publicar el laureado Poemas migratorios, uno de sus libros más importantes y el
único que daría a conocer hasta el año 1986, fecha en que apareció Qué, tras
esos muros.
Durante los grises años de
la dictadura, el autor fue un asiduo visitante de lugares como la Sociedad de
Escritores de Chile y el bar La Unión Chica, donde se daban cita numerosos
escritores y poetas, los mismos que lamentaron su sorpresiva muerte el 17 de
octubre de 1990. Apenas un tiempo antes, había dejado el manuscrito de Vastos
dominios en manos de su amigo Carlos Olivárez, quien se encagó de que fuera
incluido en las que conforman actualmente sus Obras completas, publicadas el
año 1994.
EPÍLOGO, poema de Rolando
Cárdenas
Yo quisiera morir en la
tarde azul
Rodeado de mis libros
solamente.
Podría ser lejos de mi casa,
En una ciudad desconocida,
también podría ser en la
montaña,
cerca del mar, o en un lugar
cualquiera,
pero sin nada que me diga
que una vez fui amado,
aunque haya sido el amor
tenaz de mi madre,
porque estoy tan seguro de
haber estado solo
desde el grito primero,
cuando la luz fue mía.
Tal vez, se piensen o digan
muchas cosas
cuando yo ya no exista en la
hora derribada,
pero ya será tarde.
Alguien dirá de mis
virtudes, otros de mis defectos.
Hasta se oirá que me faltó
valor
Para enfrentar el mundo.
Pero todos se habrán
equivocado
Y yo me quedaré
profundamente mudo
Sin defender el minuto
insondable.
En el entonces, todo
importará,
Incluso hasta la lágrima,
Y después, todo seguirá como
antes.
Siempre ocurren las cosas de
este modo.
Yo me iré trasudando por mi
última noche
Siempre callado y solo, como
he sido en mi vida.
Tal vez, un poquito de
tristeza,
Porque vivía para ser amado
Y el aroma se fue sin
siquiera rozarme.
Claro que no tendré las
cosas que tenía,
Como por ejemplo, el primer
volantín de la infancia
En el que se columpiaban mis
ensueños,
O el llanto contenido
Cuando me prohibían apresar
la fruta entre los dedos.
Ni siquiera tendré
La fuga de los soles
horadando la noche,
tampoco la canción de mis
pasos
sobre el suelo escarchado de
mi pueblo,
ni el mosaico de todos los
paisajes
en que quedaba un poco de mi
risa.
En mi actitud de sueño horizontal
y eterno
faltará, incluso, la
maravilla viva de tus besos,
que a veces me entregabas
con un aroma de madera
nueva.
Nada tendré, y todo será
igual.
No sabría decir si estaré
más callado
o acaso un poco alegre
Tal vez, la clemátide de la
tristeza
haya alcanzado ya la altura
del sollozo.
En todo caso, pienso, estaré
más tranquilo
que cuando me acodaba en los
crepúsculos
a pensarte y amarte desde
otras latitudes,
recordando el primer dolor,
la primera alegría,
la primera palabra que
deslicé en tu oído.
He de extrañar algunas cosas
gratas:
desde el momento que se
alzaba dibujando arabescos
en el aroma azul del
cigarrillo,
mientras los amigos hablaban
del terruño lejano
con el alma y la voz
humedecida
que resbalaba al fondo de
los vasos,
las fiestas, las canciones,
los versos dichos al morir
la tarde,
la cadena de tantos
conocidos,
hasta el beso furtivo dado
para entregar el alma.
Ya no podré decir palabra
antigua
Que brotaba amarga,
Y que a veces se alzaba
desafiante a defender el miedo.
Me llevaré todo lo que junté
por el ancho horizonte de la
vida.
Seré como un baúl de
soledades.
Y quizás, la tierra buena me
dé de su perfume
Para cubrir la otoñecida
tarde mi muerte.
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