domingo, 12 de enero de 2014

El exiliado imposíble


            A Rodolfo Ortega era imposible imaginarlo exiliado. Lo fue, sin embargo, y en un libro recién aparecido, editado por sus hijos, se recogen poemas, aforismos y otros escritos suyos, que son como una antología del humor negro y también del sufrimiento de los que salieron obligados de Chile después del golpe militar de 1973. El libro, de circulación familiar, se titula El río ciego del exilio.

                                   Neruda habría hecho de este exilio
                                   una cosa maravillosa.
                                   Neruda murió.
                                   No es maravilloso.

            Conocí a Rodolfo el día de su matrimonio con mi prima Inés. El novio, una especie de gigante, llegó con chaqueta de cuero negro, en motocicleta atronando como un demonio por las calles monacales de San Bernardo. Menos mal que ahora venía por la calzada. Todos recordaban que un año antes se había metido a la plaza en auto y se había puesto a dar vueltas a toda velocidad por la vereda del tradicional paseo vespertino, haciendo sonar la bocina, mientras los paseantes saltaban despavoridos hacia la derecha y hacia la izquierda para salvar sus vidas.
            Las ocurrencias de Rodolfo se convertían en leyenda. Se recuerda de cuando lanzó a una piscina los abrigos de piel y otras elegancias de su madre; en otra ocasión, dicen, lo que lanzó al agua fue un piano. Algunas de sus bromas de niño produjeron efectos peligrosos. Por ejemplo, echó una gran cantidad de bicarbonato a la bacinica que usaba su abuela. Cuando la señora hizo su necesidad, se produjo una reacción química y una verdadera erupción de espuma. La abuela sufrió un soponcio.

                                   Soy un chileno, vivo en México
                                   en la calle Poussin
                                   entre Patriotismo y Revolución.
                                   Estoy completamente jodido.

            Locamente aficionado a los motores y a la aviación, fue dueño de un pequeño avión desde muy joven. En una ocasión lo usó para lanzar en vuelo rasante, sobre San Bernardo, una catarata de rollos de papel toillette.
            Era hijo de Abraham Ortega, quien como Ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno del Frente Popular, con don Pedro Aguirre Cerda, influyó decisivamente en la decisión de acoger a los republicanos españoles. Fue él quien envió a Neruda con la misión de fletar un barco (el legendario Winnipeg), para traerlos a Chile.
            Abraham Ortega fue radical y masón. Rodolfo fue socialista y masón. Supongo que a Salvador Allende lo conoció en casa de su padre. Se convirtió en su amigo entrañable e incondicional. Junto con Osvaldo Puccio constituyó el primer GAP y acompañó a Allende en todas sus campañas. Acompañó es poco decir: además lo acarreó en su avión y en un viejo pero indestructible Ford que acumuló cientos de miles de kilómetros por los caminos polvorientos de Chile.

                                   Si tuviéramos la agresividad
                                   de los choferes mexicanos, ya
                                   no habría dictaduras fascistas.

            Yo no fui amigo suyo, pero cada vez que lo encontré, a lo largo de los años, fue cordial, amistoso y gracioso. Solíamos hablar de literatura. Era un gran lector. Su humor era irónico, a veces corrosivo. Con sus hijos, con la gente que apreciaba, era de una gran ternura. Una vez lo encontré en el viejo aeropuerto de Los Cerrillos anunciando en correcto alemán y en correcto inglés un vuelo de Lufthansa. Dominaba tres o cuatro idiomas, entre ellos el mapuche, que aprendió en la infancia, en el fundo de su padre, cerca de Traiguén.
            Durante el Gobierno de Salvador Allende ocupó el cargo de Vicepresidente de la Línea Aérea Nacional. Después del 11 de septiembre, no quería salir de Chile. No sé cómo lograron convencerlo de marchar al exilio, a México.

                                   Merquén
                                   en mi mesa, a México emigrada,
                                   puse algo de humo de Purén.
                                   Con cilantro y ají de cacho de cabra
                                   trae a mi plato sabores de Malleco,
                                   colores rojos de Trumao,
                                   recuerdos de digüeñes y niñez.

            Nunca deshizo las maletas. Siguiendo el consejo de Bretch, nunca puso ni un clavo en la pared para colgar la chaqueta. ¿Para qué? Si iba a volver en cuatro días... Sus primeros años en México fueron de actividad convulsiva. Estaba presente en todas las actividades de solidaridad. Instaló en la Casa Chile una "Oficina de cartas", en la que redactaba para los chilenos exiliados cartas de amor, de ruptura y de reconciliación; peticiones de visas para el ministerio de Gobernación; fantásticos curriculum; solicitudes de empleo; conmovedoras historias de presos y familias divididas para obtener asilo, etc. Se ganó la vida en lo que fuera. Por ejemplo, vendiendo autos. A un grupo de exiliados le hizo un curso de instrucción de vuelo. Viajó a Managua, después del triunfo sandinista y participó en las primeras etapas de la organización de la aeronáutica nicaragüense.
            Como vivía siempre añorando a Chile y estaba impedido de regresar, desarrolló un poco de amarga depresión, que trató de superar volcando sus sentimientos en poemas y otros escritos que nunca dio a conocer. Estar en México lo irritaba. Siempre agradeció el apoyo mexicano, pero su aguda sensación de extrañamiento lo hizo ser injusto a veces.

                                   Mixcoac es injerto de azteca en rana.
                                   Ni Culiacán ni Tapachula son cochinadas.
                                   Tampico tampoco.

            Era devoto de la belleza femenina. Las mujeres lo adoraban, por su físico atractivo, por su permanente juventud, por su disposición a todas las locuras, por su inagotable capacidad de alegría. Siempre estaba pololeando, como solía decir y varias veces, locamente enamorado. Para qué decir que no tuvo estabilidad de su vida matrimonial. Ya se sabe que las esposas carecen de sentido del humor cuando se trata de pololeos del marido.
            Su posición política fue, como la de su amigo Salvador, invariable y consistente. Nunca se apartó de esa línea, aunque más de una vez le significó sacrificar legítimos intereses.

                                   Con Dios me acuesto,
                                   con Dios me levanto
                                   la Virgen me cubre
                                   con su santo manto.
                                   No me acuesto casi con nadie más.

            Contradictorio, vehemente, apasionado en amores y odios, generoso, responsable hasta jugarse la vida, irresponsable en ocasiones, romántico y escéptico, hombre de muchas lecturas, franco y duro, cariñoso con amigos y compañeros, intransigente en los principios.
            El 16 de diciembre de 1983 su nombre fue eliminado de las listas de chilenos proscritos por la dictadura. Tomó el avión esa misma tarde.
            No encontró el país de sus añoranzas. Había desaparecido.
            El 7 de febrero de 1984, día del cumpleaños de su padre, se quitó la vida.
José Miguel Varas. Rocinante, Santiago, enero de 2000, pág. 23

1 comentario:

agetro dijo...

Tanto el autor del escrito ( Tío querido mío ), como mi entrañable padre, ya no están acá. Aún así, agradezco estos afloramientos de bella nostalgia. Mucho amor, estén donde estén.

Carlos Ortega Ponce